Solo un Jesús marica puede salvarnos o la mirada de un Dios diferente



Biblioteca Francesca Bonnemaison, Barcelona. 15 de junio de 2019

Dr. Víctor Hernández Ramírez

Agradezco a Carlos Osma la invitación, que me honra, para estar aquí, presentando su libro. Diré algunas cosas de mi lectura de Solo un Jesús marica puede salvarnos[1], pero antes quisiera decir que conocí a Carlos hace unos trece años, en una mesa sobre homosexualidad y fe cristiana, en la Església Protestant del carrer Tallers, organizada por el Presbiterio de Catalunya de la IEE, presidida por el pastor Ralph Baudish y con la participación del pastor Carlos Capó.
Esa tarde Carlos dio su testimonio (para decirlo con la jerga evangélica): nos habló de su experiencia como gay y como cristiano, en un relato que me produjo un hondo respeto y admiración hacia Carlos. Yo no tenía ningún conflicto con esa conjunción entre fe y homosexualidad, pero me conmovió su relato y desde entonces he seguido admirando su trabajo de reflexionar sobre la fe cristiana con un decidido compromiso con la diversidad de género.

He sido lector de su blog Homoprotestantes y en diferentes momentos le he dicho a Carlos que necesitamos esas reflexiones, sus lecturas sobre los textos bíblicos en clave gay (o, más bien, LGTBIQ), del mismo modo que en el siglo pasado llegaron las lecturas feministas que nos han abierto los ojos al modo machista y patriarcal con que se ha leído la Biblia. Y lo necesitamos porque de otro modo no seremos capaces de ver la violencia encarnada en nuestros cuerpos y en nuestra mirada, que nos atraviesa silenciosamente y atraviesa dolorosamente a quienes quedan excluidas/os por ser distintos.
Por eso celebro la publicación de Solo un Jesús marica puede salvarnos, y entonces, comentaré un par de impresiones derivadas de mi lectura.
La primera se deriva de mi oficio como psicoanalista y tiene que ver con las miradas sobre los cuerpos. Porque no nacemos acabados y son las miradas de los otros las que nos configuran como sujetos que sueñan, que hablan y que sufren y gozan y que aprenden con dificultad a reconocerse en los vínculos con los demás.
En los artículos de Carlos, esos breves 52 capítulos (que parecen hechos como unas homilías para los 52 domingos del año), se nos hace ver una lucha contra las miradas que normalizan, contra esos ojos implacables que exigen amoldarse a la ley heterosexual y que también ofrecen la promesa de la aceptación afectuosa si se abandona el escándalo, si se renuncia a lo indecente por vergonzoso e impúdico: a la pluma gay, al martillo lésbico, al mariposeo, a lo trans, a lo abyecto de lo queer. Contra esas miradas que no toleran la diferencia se lucha en la escritura de Carlos, porque son miradas que también están en el ojo interior con que cada una nos miramos, sea delante del espejo o sea cuando nos juzgamos en los diversos círculos sociales donde nos movamos.
Y para liberarse del yugo de las miradas hetero-normativas Carlos echa mano de las Escrituras, desde una clave de liberación, desde un lugar que proviene de otro lado. Lutero decía que el evangelio es la Palabra ajena, porque viene de afuera y nos descoloca, nos pone afuera de nosotros mismos, y así nos hace enteramente libres. A mí me parece que Carlos es muy luterano desde el mismo título del libro: Solo un Jesús marica puede salvarnos me hace pensar en la theologia crucis de Lutero, en el escándalo del evangelio al anunciar que el Señor de la fe cristiana es un crucificado. Como dice mi amigo Josep Cobo:
Lutero dijo que un cristiano es aquel que, al pie de la cruz, llega a confesar: “este es Dios -este es mi Señor”. Hoy en día, y recurriendo a la jerga adolescente, podríamos decir: “este pellejo es el puto amo”. Ciertamente, esta declaración resulta ya no solo sorprendente, sino incomprensible, cuando menos desde una óptica de la típica sensibilidad religiosa. (...) si proclamamos esto último (que el crucificado es Dios en persona), como lo proclama el Kerigma cristiano, entonces Dios no es el dios de la religión.[2]
Y mi segundo tipo de impresiones con la lectura de Solo un Jesús marica puede salvarnos es que Carlos nos devuelve otro Dios que no es del Dios de la religión, o más bien nos hace ver un Dios bíblico, que es mejor que el Dios de la religión (que más bien es un ídolo). Los pequeños capítulos, muchos de ellos, nos introducen en los relatos bíblicos con una mirada distinta, que echa mano de herramientas hermenéuticas, pero que despliega todos los sentidos por la mirada que nace de los márgenes de las experiencias LGTBIQ. Y ese tipo de lectura, esa perspectiva queer, gay, lésbica, trans... es una mirada que nos descubre a un Dios diferente.
Es como aquel relato de José María Arguedas (citado por Gustavo Gutiérrez) donde el indio le explicaba al sacerdote que el “Dios de los señores no es igual. Hace sufrir sin consuelo. (y, por contraste, el indio le habla de otro Dios) -Dios es esperanza. Dios alegría. Dios ánimo”[3]
Sólo a modo de ejemplo mencionaré algunas lecturas sobre relatos bíblicos que me han gustado, a veces porque me conmovieron o porque me dieron una nueva perspectiva: “En el vientre del gran pez”, ofrece una espléndida interpretación del relato de Jonás; “el amante de Jesús” nos hace pensar en el vínculo entre Jesús y Lázaro como un drama entre la muerte y el amor; el relato de Noemí y Rut nos acerca a la precariedad social de la mujer y la potencia del amor entre dos mujeres; sus interpretaciones de la parábola del hijo pródigo me recordaron lo profundamente femenino que se revela el Padre de Jesús; el relato de “David y Goliat” se invierte para que analicemos los modos en que se interiorizan las amenazas contra la diferencia; el libro de Job es abordado desde el dolor de la exclusión de las personas LGTBIQ para luchar contra el destino del resentimiento y la victimización.
Diría, para acabar, que necesitamos esas lecturas que, desde la clave LGTBIQ, nos devuelven el escándalo del evangelio, que es también el escándalo de un Dios distinto que se revela en Jesús de Nazaret (un Jesús marica o un Jesús queer, como dice Carlos). Algo parecido, en otra clave, es lo que hace por ejemplo el escritor Erri de Luca, cuando nos habla de varias mujeres en la Biblia: Tamar, Rajab, Rut, Betsabé y María, a quienes llama las santas del escándalo: 
La primera se disfrazó de prostituta para ofrecerse al hombre que deseaba.
La segunda era prostituta de profesión y traicionó a su pueblo.
La tercera se metió una noche bajo las mantas de un viudo rico y logró que se casara con ella.
La cuarta fue adúltera, traicionó a su marido, el cual murió por orden de su amante.
La última se quedó embarazada antes de casarse, y el hijo no era de su esposo.[4]

Y éstas santas del escándalo forman parte de la historia en la que se nos revela el Dios bíblico, y ellas constituyen la genealogía del Mesías o el Cristo. Y nosotras, lectores de estas miradas distintas, necesitamos las letras que nos lo relatan:

En hebreo las letras son femeninas. El cuerpo escrito de la Torá, encomendado al árbol de transmisión masculino, se compone de células femeninas -las letras-; por eso está vivo y genera brotes nuevos en cada lectura, para cada generación. La misma Escritura sagrada, el ámbito más estrictamente masculino, está constituido de vida femenina gracias a las letras.[5]



Dr. Víctor Hernández Ramírez



 

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NOTAS:

[1] Carlos Osma, Solo un Jesús marica puede salvarnos. Reflexiones cristianas en clave gay, Prólogo de Renato Lings. Barcelona: Ediciones Homoprotestantes, 2019.
[2] Enlace: https://cobo.blog/2017/06/01/el-puto-amo/
[3] Cita de Todas las sangres de José María Arguedas en Gustavo Gutiérrez Teología de la liberación. Perspectivas, Salamanca: Sígueme, 1972, epígrafe.
[4] Erri de Luca, Las santas del escándalo, Salamanca: Sígueme, 2015, p.11.
[5] Ibíd, p.9.



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