Un pastor en apuros
Imagina que vives en la
maravillosa ciudad de Valencia, junto al rio Turia, y que de vez en cuando te
pasas por su catedral y subes los 207 escalones del Micalet para disfrutar de las vistas y pasar un buen rato. Supón
que eres un pastor evangélico y que después del culto del domingo, dejas a tu mujer e hijos en casa, y te vas a dar
una vuelta por el imponente Oceanogràfic para
ver los diferentes hábitats marinos y sumergirte con algún tiburón. Ponte en la
piel de este pastor y visualízalo sentado en su coche, con la puerta trasera
abierta, en la Avenida del Cid en pleno mes de marzo, pocos días después de que
el fuego haya convertido en cenizas las monumentales fallas y las tracas y
petardos todavía resuenen en su memoria. Mira por el retrovisor a través de los
ojos de este pastor, que mantiene el coche en marcha mientras el nerviosismo
delata que lo suyo no son los secuestros, y observa cómo los dos cutres sicarios,
que ha contratado por 140 euros, intentan introducir por la fuerza en el
automóvil a su musculado amante sin demasiada fortuna.
Vayamos hacia atrás más
de cuarenta años, y pregúntate porque este señor no huyó de la iglesia
evangélica en la que fue criado cuando descubrió su problema…. ese que no se podía nombrar en aquel momento. O en el
peor de los casos, si no procede de una iglesia evangélica, ¿qué hizo que se
decidiera a formar parte de una de ellas? Y para más inri, ¿por qué se casó?, ¿y
por qué aceptó ser pastor en una iglesia homófoba? (bueno, si hablamos de
Valencia, y quería ser pastor, tenía que serlo en una que fuera homófoba). No
es que esté lanzando preguntas sobre el comportamiento de este ministro
evangélico, lo que en realidad me interesa más, es saber qué le ofrecía la
iglesia evangélica para que estuviera dispuesto a hacer tantos disparates
juntos.
Supongo que mis lectoras
se habrán percatado de que hasta ahora he hablado de un secuestro, de juicios
sumarísimos eclesiales, de miedo, de recibos de luz, de incongruencia, de
engaño… Y por mucho que estos elementos intenten hacer del artículo un texto
trepidante, habrán echado en falta (sobre todo si estamos hablando de un pastor
evangélico) palabras como: evangelio, amor, empatía, coherencia. ¿Por qué un
pastor desesperado en vez de intentar secuestrar a su amante para grabar un
mensaje en el teléfono móvil desmintiendo su relación, y así seguir engañando a
su comunidad, no sube al púlpito de la iglesia y denuncia la homofobia que le
ha llevado a tener una doble vida? Y si este señor no se mueve por motivaciones
evangélicas, ¿por qué está dispuesto a cometer un delito pensando más en
mantenerse dentro de la iglesia, que en justificarse ante su mujer? Para seguir
teniendo trabajo, pensará muchos lectores, y quizás tengan gran parte de razón;
pero creo que no toda.
Con esta noticia los
medios de comunicación evangelicales, como de costumbre, podrían haberse dedicado
a caricaturizar a las personas LGTBIQ presentándolas como poco fiables, mentirosas
y peligrosas. Pero no se han hecho eco de ella. Y es que, pienso yo, la imagen
real de un pastor evangélico en su coche, con el pie dispuesto a pisar el
acelerador, la mano derecha en el cambio de marchas, los ojos fijos en el
retrovisor, y pidiéndole a dios que su plan de secuestro saliese bien para
poder seguir asistiendo a la iglesia; más que ridiculizar a las personas LGTBIQ,
deja ver con claridad meridiana que el mensaje de liberación que deberían
predicar en sus iglesias, ha sido sustituido por otro que solo busca la
dependencia de sus fieles. Y eso solo es posible porque en algún momento
perdieron la fe en el poder de transformación real sobre la vida de las
personas que tiene el mensaje de Jesús, el evangelio. Es triste decirlo, pero
nuestro pastor secuestrador, no pensó en ningún momento en comportarse de
manera evangélica, sino en seguir formando parte de su mundo evangelical. Y con
toda seguridad es eso lo que predicaba desde el púlpito de su iglesia, y lo que
se predica en el resto de púlpitos evangelicales: dependencia, no evangelio.
La dependencia, que
recorre el mensaje evangelical de arriba abajo, es una renuncia al evangelio y
el reconocimiento implícito de la perdida de la fe. Y en esas circunstancias las
personas se ponen en manos de las obras de la ley, e intentan hacer parecer que
están a la altura de las exigencias de quienes les darán su visto bueno. Y
cuando no pueden, y se sienten aterradas por la posibilidad de perder el mundo
que les da tanta seguridad, deciden vivir una doble vida. Pero si por alguna
razón sus obras de la carne salen a
la luz, entonces tendremos unos seres humanos desesperados dispuestos a mentir,
coaccionar y secuestrar; unos hombres y unas mujeres dispuestas a todo. La
dependencia es un veneno con el que conscientemente se pretende cautivar
conciencias en las comunidades evangelicales, un veneno que acaba haciendo una
caricatura del evangelio. Ante esta propuesta demoníaca, hay que seguir
afirmando con rotundidad que donde hay evangelio, donde hay buena noticia, allí
está el espíritu de Dios, y donde está su espíritu, allí hay libertad; allí hay
“amor, gozo, paz, paciencia, benignidad,
bondad, fe, mansedumbre, templanza”. Y
que: “contra tales cosas no hay ley[1]”.
Carlos Osma
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