Familias gais. Nada mejor que un poco de realidad...
Desde que esta mañana
temprano pasara por delante de casa un chico montado en un burro y tocando el flabiol, las niñas están emocionadas. Han
saltado de la cama y han bajado las escaleras a toda velocidad, “papas, que ya empieza, que vienen los caballos”.
Las fiestas de Sant Cristòfol son como el día de Navidad para Natalia, y ni
que decir tiene para Àngela, que piensa que su hermana es lo mejor que hay en
este mundo. Sorprendentemente bajaban vestidas y con la intención de salir a la
calle, les hemos abierto la puerta para que los vieran, pero con la condición
de que desayunaran primero. “¡Qué rollo,
nosotras queremos tocar los caballos!”, Àngela repite lo mismo: “queremos tocar caballos”. Se han
acabado la leche y los cereales en un tiempo récord y hemos salido para que
pudieran acariciarlos. Àngela lo hace con miedo, en realidad es una niña algo
tímida, pero si su hermana los acaricia ella no va a ser menos. Ayer mismo en
el zoo, se puso una boa de dos metros en los hombros porque Natalia lo había
hecho antes.
Después de ir
siguiéndolos por el pueblo, los jinetes han entrado a la iglesia antes del jaleo. Natalia no podía esperar a que
salieran y hemos entrado un momento. Una vez allí me ha preguntado: “Papa, ¿quién es ese hombre que está ahí
arriba?”, para que lo entendiera le he dicho que es un pastor católico, “¿y qué diferencia hay entre los católicos y
los protestantes?”, “vaya momento para la preguntita” he pensado y le he
respondido lo primero que me ha venido a la cabeza: “Que los católicos tienen un papa… bueno, ahora dos porque…”, no me
ha dejado terminar, “¡qué bien, como yo!,
pues podríamos ser católicos”. Le quería explicar que eso no era tan fácil
pero ella ya tenía la siguiente pregunta: “¿Y
tienen dos mamás?”, la señora que había a nuestro lado intentaba aguantar
la risa, le digo susurrando: “no, no
tienen dos mamás, ni una, todo lo que tiene que ver con las niñas no lo llevan
muy bien”. “Pues entonces prefiero ser protestante”. Supongo que no
pensaría lo mismo si le dijese que hemos dejado de ir a la iglesia porque allí
su familia no existe. “Tenéis que ser
pacientes, en la iglesia los cambios no son tan rápidos”, nos han dicho en
más de una ocasión. Necesitan un tiempo que nosotros no tenemos, y que ninguna
otra familia tendría, para convencer a los más conservadores. Sin embargo, esa
enorme capacidad de comprensión con la gente que tiene prejuicios homófobos y
tan pequeña con quienes tenemos que padecerlos, a nosotros nos resulta sospechosa.
En cuanto he podido la he
convencido para salir de la iglesia y una vez fuera nos hemos encontrado con
Manel y Àngela. “¿Por qué no vamos a casa
para beber y coger una botella de agua fría?, hoy hace mucho calor”, ha
propuesto Manel, y hacía allí nos hemos ido. Por el camino hemos parado varias
veces porque las niñas se encontraban con amigas o gente que conocíamos y
siempre necesitaban decirles algo muy importante. Soy consciente de que cada
día ponemos nuestro granito de arena para transformar la sociedad y hacerla más
tolerante, no es la primera vez que hemos visto a un padre o una madre en
apuros intentando responder a sus hijos por qué hay niñas como Natalia o Àngela
que tienen dos padres. Estoy convencido de que la mayoría no se hubiesen parado
nunca a explicar la diversidad familiar si no tuvieran un modelo como el nuestro
delante. Ni Manel ni yo tuvimos nunca amigos que tuvieran dos padres o dos
madres, tampoco nuestras familias, quizá si lo hubiésemos tenido las cosas
hubieran sido más fáciles para todos. Los cambios legales son importantes, pero
la transformación social ocurre en el día a día. Para romper estereotipos e
ideas preconcebidas no hay nada mejor que un poco de realidad.
Casi no nos ha dado
tiempo de dar agua a las niñas y tomarnos la pomada de rigor, cuando hemos escuchado la música de la orquesta
desde la cocina, “¡Papa, vamos a la plaza
que ha empezado el jaleo!”. Y aquí estamos desde hace unos minutos con
nuestras hijas en los hombros viendo a la gente correr y bailar mientras los
caballos recorren la plaza apoyándose únicamente en las patas de detrás. Miro a
Manel y a nuestras hijas y me siento un hombre afortunado, sé que las cosas no
han sido fáciles y que todavía a veces no lo son, la homofobia siempre te hace
pagar un precio. Pero ese precio no hubiese sido menor viviendo dentro de un
armario, todo lo contrario, porque la mayoría de cosas que hoy nos hacen
felices allí dentro no hubiéramos podido tenerlas. Vivir es buscar tu camino, o
construirlo cuando no eres capaz de encontrarlo, y eso es lo que Manel y yo
hemos hecho estos últimos años. Y cuando en días como hoy me paro un instante
para ver nuestra vida juntos, me siento muy bien. No sé qué nos deparará el
futuro, pero no tengo miedo, más bien tengo ganas de ver a mis hijas crecer al
lado de la persona que me hace feliz. Supongo que en esto no soy nada original.
“Papá, esto sí me gusta”, grita
Àngela emocionada, “a mí también cariño,
a mí también”.
Carlos Osma
Este texto es un fragmento del libro "Familias También". Libro que recoge diez relatos de vida en el que de una manera fresca, dinámica y directa se exponen las dificultades, las luchas y también las alegrías que muchas personas LGTB han tenido que afrontar para poder ser madres y padres.
Un libro que la editorial Bellaterra publicó en 2014 y que la Casa del Libro , la Libería Virus , o Amazon, puede hacerlos llegar a casa.
Comentarios