En el libro del Génesis encontramos dos historias diferentes que explican la creación del ser humano. La primera la encontramos en el capítulo uno[1], y forma parte de lo que se denomina tradición sacerdotal[2] (fuente P); mientras que la segunda aparece en los capítulos dos y tres, y proviene de la tradición yahvista[3] (fuente J). Muchas personas hacen una lectura literal de estas historias, o al menos eso es lo que dicen, porque releyendo esta tarde la segunda, que relata lo ocurrido en el jardín del Edén, a mí me asaltaban un mar de dudas y preguntas.
La heteronormatividad y el binarismo de género, intentan volver a entrar todos los días en aquel paraíso lejano para apoderarse del conocimiento del bien y del mal… Ellos dicen que aquel lugar les pertenece. Que aquel es su sitio, y de nadie más. Pero no hay que hacerles demasiado caso, aquel jardín no es de nadie, y quienes intenten apropiárselo se encontrarán a la entrada querubines y la llama de una espada zigzagueante que les impedirán entrar. Mejor les sería a ellos y ellas, pero también a nosotras y nosotros, dirigirnos hacia la cruz en vez de al Edén. Allí está realmente la medida de cualquier identidad que pretenda ser verdaderamente humana, y esencialmente cristiana.