Donde nace la esperanza


En la oscuridad de la nada donde el frío hace temblar a quienes no existen, nace la esperanza. Donde no hay camino, salvo el que alguna vez recorrieron animales salvajes, surge la necesidad de construir una senda nueva. Cuando ya no hay nada que perder, cuando no hay techo en el que refugiarse, la salvación puede hacerse presente. Sólo tras los límites de la realidad impuesta por quienes poseen la fuerza, el poder y la verdad, irrumpe el Mesías. Donde nadie lo espera, donde es imposible, donde jamás se imagino; allí al final, Dios se acerca a mujeres y hombres que desean una vida digna.

Siempre hay una esperanza, incluso en la soledad total de quienes no cuentan para nadie. En la indignidad de quienes no tienen nombre, o cuyo nombre es continuamente ensuciado por los santos, la luz de una estrella alumbra a quien hará realidad nuestro anhelo de ser, de sentir, de amar y ser amados, de desear y ser deseadas. Desde la insignificancia de un ser desvalido que acaba de llegar a la vida, Dios se compromete también con quienes creyeron que para ellas y ellos no había vida, no había sueños, no había nada.

Incluso en medio del desierto, donde el viento borra cualquier huella que de fe de nuestra existencia, es posible que el soplo del Espíritu divino abra una nueva senda que nos lleve hacia la libertad, hacia la vida que anhelamos. Sólo quienes no tienen caminos, los buscan con ahínco, y sólo ellas y ellos pueden encontrarlos, recorrerlos y vivir en la tierra prometida que hay tras ellos. Y es allí, en esos caminos imposibles, donde Dios se hace uno de nosotros, una de nosotras, para recorrerlo a nuestro lado.

En hogares inadmisibles para quienes fosilizaron a Dios a su imagen, puede de nuevo Dios hacerse carne. En casas donde no viven reyes y reinas, príncipes y princesas, donde cada día se tiene que pelear por defender la vida y los derechos de nuestros hijos e hijas, la salvación irrumpe con fuerza. Con la ímpetu de un bebé que llora, que grita, que pide comida, calor y amor; viene la salvación de Dios a la vida de madres y padres, de hombres y de mujeres, cuya única casa es el amor que se profesan.

Al final de lo aceptable, de lo deseable, de lo digno, para un dios que se hizo papel, es posible que Dios se haga una de nosotras. Tras la realidad fija y excluyente que dicta la verdad de unos pocos, pero que se ha divinizado como verdad absoluta, surge la realidad de carne y hueso, la realidad diversa, imperfecta, sucia unas veces y brillante otras, por la que aquel niño vino a la vida. Sólo en los despojos de la religión, de la economía, de la moral, de la salud, de lo divino.... irrumpe el Mesías.

Anhela vida quien no la tiene, espera con impaciencia el nacimiento de la salvación, quien se siente oprimido. Sueña de verdad con un mundo justo quien se sabe injustamente tratada, aspira a la libertad quien es consciente de no tenerla. Y es allí, en esos anhelos, esperanzas, sueños y aspiraciones donde Dios está con nosotras, para acompañarnos mientras los construimos y los hacemos poco a poco realidad. Y en esa voluntad común de vida de verdad, de vida plena, también nos acompañan otras y otros que se reconocen excluidos, pero que no se dejan vencer por la desesperación, sino que sabiéndolo o no, se aferran a la esperanza que para nosotras y nosotros, cristianos y cristianas, anuncia la Navidad. La esperanza de una salvación, de una vida plena, para todas y todos. 

                                                                                                                         
                                                                                                                            Carlos Osma
 

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