Identidad y derecho a decidir en Cataluña


Son las doce y media de la mañana y estoy con mi familia y unos amigos en el acto que ANC y Òmnium han organizado en la plaza Cataluña de Barcelona. ¿Qué hago yo aquí? me pregunto rodeado de Senyeras y gritos de “volem votar”, “unitat” o “independència”. Tengo que reconocerlo, para mí la identidad nacional no ha sido, ni es, algo por lo que vale la pena salir a la calle a manifestarse. Veo a muchas personas a mi alrededor y noto que para ellas ser catalán les proporciona una identidad que yo no tengo. Sin embargo me produce mucho respeto lo que veo, y en algunos momentos emoción.

Yo soy catalán, pero catalán en minúsculas, no tengo un sentimiento que me permita decir más que esto. Abuelos andaluces y extremeños, padre y madre criados en el País Vasco, viví desde muy pequeño en un pueblo de Castellón, y a los veintitantos me vine a vivir a Barcelona por motivos de trabajo oficialmente, y para exiliarme de la heteronormatividad realmente. La españolidad no me ha producido nunca un orgullo especial, no he sido de camisetas, ni de banderas; todo eso siempre me ha resultado anticuado, absurdo y hasta hortera... ¿Qué hayo yo aquí?

Cuando digo que soy catalán quiero decir que ésta es mi casa hoy, que me gusta el lugar donde vivo, que me he sentido bien tratado y acogido. Estoy seguro de que jamás hubiera podido tener la vida que tengo en otro lugar, y eso me hace estar agradecido. Mi marido y mis hijas son de aquí, de Cataluña. Y eso es lo que más me aferra a esta tierra, a este país. Pero con toda sinceridad, no me aferra de una manera irrenunciable, no me hace prometer fidelidad para siempre a Cataluña. Si mi marido y yo pensásemos que en algún lugar podríamos ser más felices, y tuviésemos la posibilidad de marchar, yo estoy seguro de que haríamos las maletas y nos iríamos, como lo hicieron mis abuelos y mis padres. Lo digo así, tal y como lo siento.

No sé si mi identidad catalana supera los test más exigentes de catalanidad, pero también tengo que decir que en mi opinión los principales partidos que defienden el derecho a decidir tampoco los superarían. Sobre todo si nos atenemos a su comportamiento en los últimos días. Han dejado claro, al menos por el momento, que su identidad de partido está por delante de su identidad nacional. Por eso no han podido ponerse de acuerdo en la consulta del 9 de noviembre y no han logrado llegar juntos a esa fecha para cumplir la promesa que hicieron a la ciudadanía. Hoy en la Plaza Cataluña es lo que les pedimos una y otra vez los ciudadanos: “unitat”. En los próximos días sabremos si son capaces de rehacer puentes y llegar a acuerdos.

Si hoy estoy aquí en el acto de la ANC y Òmnium cultural no es por mi identidad catalana, sino por mi convencimiento de que un pueblo tiene derecho a expresarse, a decir lo que siente y lo que quiere. Me son familiares las razones que esgrimen quienes no quieren escuchar a las catalanas y los catalanes. Dicen no ser ellos ni ellas, sino la Constitución quien no permite un hecho tan terrible como poner un sobre en una urna. La cobardía de siempre, la mentira de quien no tiene razones: apelar a un ente superior, divino, para defender sus intereses bien terrenos.

No hay Ley que pueda acallar a un pueblo. Las constituciones son para el pueblo, y no el pueblo para las constituciones. No quiero estar por tanto con quienes utilizan jueces, leyes y amenazas para silenciar a un pueblo, sino con quienes quieren que se exprese. En esta plaza no hay extremistas, ni terroristas.. sino personas que exigen el derecho a decidir su futuro. Quizás el futuro de unas pasa por su identidad, el de otras por el bolsillo, y el de otras por intereses que desconozco. Y todo eso me parece lícito, siempre y cuando sean esas personas directamente las que puedan construirlo poniendo para empezar un sobre en una urna el 9 de noviembre.

Ya no hay nada que pueda frenar la voluntad de un pueblo que quiere votar, lo veo claro esta mañana aquí en la Plaza Cataluña de Barcelona mientras escucho recitar una frase del poema de Miquel Martí i Pol: “Tot està per fer i tot és possible[1], y la gente grita al escuchar “nosaltres ho farem possible[2]”.


Carlos Osma




[1] Todo está por hacer y todo es posible.
[2] Nosotros lo haremos posible.

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