Te acepto como mi compañero para siempre



Barcelona, Diciembre de 2007

Es sábado por la tarde y para las fechas en las que estamos no es un día excesivamente frío. Llevo zapatos, vaqueros, camisa y americana; y ahora estoy buscando en el baño alguna crema y un perfume. Manel entra para avisarme de que Lluís, Georgina y Carmen han llegado. Está guapo, pienso al verle, y le digo que salgo en dos minutos. En estos tres años no sólo hemos cambiado de piso, también hemos cambiado nosotros. No sé si hemos madurado, si nos hemos cansado de pedir disculpas por amarnos, o las dos cosas, pero ya no vamos pidiendo aceptación, ya no hay secretos ni autocensuras. Hemos aprendido que para poder vivir felices tenemos que rodearnos de la gente que nos quiere de verdad y a la que nosotros queramos tal y cómo es. Todo lo demás ya sabemos que no nos lleva a ningún sitio, y no queremos perder más el tiempo. Hay personas a quienes nos ha dolido perder, pero es mejor así, es demasiado cansado vivir con sus normas y la homofobia de la que no pueden o no quieren desprenderse.

Salgo de la habitación y me cruzo con mi madre, lleva un vestido precioso, está contenta pero sé que en el fondo echa de menos a algunas personas, le hubiese gustado que las cosas fueran de otra manera. No importa, está aquí y para mí es importante. “Ama, llevas un peinado muy bonito”, le digo, y ella responde: “Demasiado moderno para mí, mira que flequillo me han dejado, en Burriana me lo hubieran hecho mejor”. Paso por la habitación donde Marta, mi hermano Jorge y mi hermana Esther están dándose los últimos retoques. “¡No me lo puedo creer!” grita mi hermana Esther. “¡Venga, venga, que llegamos tarde, hay que salir ya!”, les digo. Entro en el comedor e inmediatamente después de saludarme Carmen me coge del brazo me coloca al lado de Eric y Manel y nos hace una foto. “Estáis perfectos, yo ya me voy para allá que no quiero llegar la última”. Con ella salen todos despidiéndose con dos besos, pero antes de salir mi madre pregunta: “¿Y vosotros con quién vais?”. “Tranquila ama que vamos en el coche de Lluís y Georgina”. Se cierra la puerta y nos quedamos los cuatro hablando y riendo para dar tiempo a que todo el mundo llegue antes que nosotros.

Llegamos a la iglesia en veinte minutos, nos recibe Mónica con el típico protocolo alemán. Ayer hizo venir a la gente a ensayar para que todo salga perfecto. “Muchas gracias Mónica por lo que has hecho”, le dice Manel. “Mi hijo también es gay, y creo que nunca podré organizarle una cosa así. Lo he hecho como si estuviese haciéndolo para él”. A su lado hay una mujer que nunca había visto, de unos sesenta años y pelo blanco recogido en un gran moño. “Perdonad que me haya tomado la libertad”, nos comenta Mónica, “es una amiga de la iglesia que vive con su compañera desde hace muchos años y me ha parecido buena idea invitarla”. Le decimos que no hay ningún problema. Entramos en el templo, allí nos encontramos con nuestra familia. Así lo siento y así lo hemos aprendido estos últimos años, la familia no viene determinada por la sangre o los genes, sino por el amor. Cuántos problemas y dolores de cabeza nos habríamos ahorrado si lo hubiésemos sabido antes. Aquí están las personas que nos quieren y a las que nosotros queremos, aquí está nuestra familia. Con ellos queríamos estar un día como hoy, por eso estamos felices.


Nos sentamos en el primer banco, me estoy emocionando, frente a nosotros el pastor Enric Capó se dispone a decir unas palabras: “Este acto es una fiesta para celebrar el matrimonio de Manel y Carlos y pedir sobre ellos la bendición de Dios”. Nunca, jamás había pensado que algo así sería posible, y ni todo lo que hemos luchado para conseguirlo me hace creer que lo merezcamos, por eso lo vivo como un regalo. Miro a Manel y pienso que soy una persona afortunada, le quiero y él me quiere, tengo suerte de compartir mi vida con él. Mi sobrina Selma toca al piano una pieza de la película “Amelie”, tengo al lado a mi madre, sé que está pensando que mis hermanos mayores no han venido, le cojo de la mano y se la aprieto con fuerza. A mí también me dolió al principio, pero ya he pasado el duelo y la vida sigue, mi familia está aquí y estoy contento. Me giro y veo caras sonrientes y alguna que otra lágrima, seco las mías, cierro los ojos y por unos instantes me transporto a la playa de la Concha donde hace siete años empezó todo, estoy tranquilo sentado junto a Manel bajo unos arcos mirando una maravillosa puesta de sol.


Llega el momento, Enric nos hace avanzar unos pasos y nos invita a expresarnos mutuamente los votos. “Yo Manel te tomo a ti Carlos como esposo para compartir mi vida contigo, tanto en los momentos buenos como en los difíciles. Te aseguro mi amor por ti y mi voluntad de compartir contigo toda la vida. Te acepto como mi compañero para siempre”. Tomo aire, y le digo lo mismo. Después Iker, el sobrino de Manel, trae los anillos. Enric nos mira a los dos, “que estos anillos os recuerden siempre vuestros votos y que sean bendecidos por el amor con el que han sido dados”. Manel coge uno, me mira nervioso y mientas lo pone en mi dedo va diciendo unas palabras, después cojo yo el otro y al colocárselo le digo lo mismo: “Te pongo este anillo como símbolo de mi amor por ti”. Enric pide a todos los asistentes que se pongan de pie, coge nuestras manos y las aprieta firmemente con las suyas mientras hace una oración: “Que Dios bendiga esta unión para toda la vida. Que Dios os bendiga y os guarde. Que os haga ver la claridad de su mirada y se apiade de vosotros. Que fije sobre vosotros su mirada y os dé la paz”. Todos al unísono decimos: “Amén”. Después Manel hace el amago de volver al asiento, yo no le dejo, lo cojo de la mano, lo atraigo hacia mí y nos damos un beso. Se oyen aplausos, y antes de que empecemos a descorchar allí mismo unas botellas de cava para brindar juntos, la gente se acerca para felicitarnos. Aunque suene tópico, sé que nunca olvidaremos este momento.

Carlos Osma


Este texto es un fragmento del libro "Familias También". Libro que recoge diez relatos de vida en el que de una manera fresca, dinámica y directa se exponen las dificultades, las luchas y también las alegrías que muchas personas lgbt han tenido que afrontar para poder ser madres y padres. 

Un libro que la editorial Bellaterra acaba de publicar y que desde Homoprotestantes os recomendamos leer. Si todavía no teníais un libro pensado para regalar o autoregalaros el próximo 23 de Abril día de Sant Jordi (día del libro), pues aquí tenéis uno perfecto. 

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