¿De quién es el cuerpo de una mujer embarazada?
“Aumentaré tus dolores cuando tengas
hijos, y con dolor los darás a luz. Pero tu deseo te llevará a tu marido, y él
tendrá autoridad sobre ti[1]”.
Por mucho que pasen los años, o
los miles de años, todavía hay gente empecinada en identificar a las mujeres
con la maternidad, el deseo masculino y la subordinación al varón. Como si
fuera de estas dimensiones las mujeres no tuvieran ningún sentido, como si no
fueran mujeres completas. No aceptar, no desear, o simplemente no poder satisfacer estas obligaciones (maldiciones divinas) sería una manera de
rebelión con el orden establecido desde el principio por Dios.
Las mujeres no son hombres, las
mujeres no deciden, son el “sexo débil” que necesita de la autoridad de
un varón que les diga lo que en realidad les conviene. A falta de varón tenemos
a una sociedad que mediante costumbres y leyes las debe ir orientando para que
puedan ser felices. El papel fundamental que se les ha encomendado es la
maternidad, y para poder llegar a este estatus casi divino, deben preparar sus
cuerpos para que sus dueños las deseen, las fecunden, y las hagan alcanzar lo
que tanto desean: ser madres.
Es estúpido, sí, pero no por ello
deja de ser una propuesta que convive con muchas otras dentro de nuestra
sociedad. Sí, hay mujeres que han nacido para traer vida, para que su marido
pierda la cabeza por ellas, para someterse a sus ordenes, y... para nada más.
Pero cierto es que las que todavía han “decidido” vivir bajo el ideal
del heterosexual acomplejado necesitado de una mujer sumisa, son muy pocas, y
cada vez son una rareza más difícil de encontrar. Lo que no es tan complicado
es toparnos con hombres que todavía no saben que en el siglo XXI vivimos con
otra cosmovisión. Y las mujeres aspiran a tener o no hijos, a que les desee un
hombre y/o una mujer, a estudiar, a un gran empleo, a correr una maratón, a ser
presidentas del gobierno, a pintarse las uñas o a descubrir la vacuna contra el
SIDA, en definitiva; las mujeres, como la mayoría de los hombres, aspiran a
tomar el mayor número de decisiones posibles libremente. Y el contrato de amor,
económico o de acompañamiento, que hacen (si lo hacen) con una persona del
mismo o de distinto sexo, no se entiende en términos de amo/a-sumiso/a.
Es evidente que uno de los
elementos que más liberad ha dado a las mujeres es la posibilidad de controlar la natalidad. Y en la
medida en que han podido decidir si tienen hijos y cuantos quieren tener, han
visto como su lugar en el mundo cambiaba y han descubierto que podían tomar las
riendas de su vida para intentar llegar donde cada una de ellas desea. Cuando
han podido decidir sobre su cuerpo, quitándose de encima la maldición divina,
han llegado a su mayor índice de libertad. ¡Maldita maldición divina, ni que la
hubiera dictado un heterosexual acomplejado y temeroso de perder poder!.
Así que es difícil comprender
como desde lugares donde se predica la liberación del ser humano, entiéndase
éste como hombre o mujer, se siga haciendo énfasis en la aceptación de la
maldición como el lugar pensado por Dios para las mujeres. Cierto es que al
menos en algunos de estos lugares ya se ha percibido lo poco divina que es la
palabra del Génesis, por mucho que esté recogida en la Santa Palabra de
Dios, es decir la
Biblia. Incluso en iglesias fundamentalistas han decidido
cerrar los ojos (la mente ya la tienen cerrada), para poder hacer coherente su “palabra
de dios” con la realidad de las mujeres que forman sus comunidades. Pero
aún con estos avances, el cristianismo en general sigue siendo reticente a dar el
control completo del cuerpo de las mujeres a sus dueñas, es decir, a las
mujeres. Se suelen salir por la tangente y decir que el dueño de los cuerpos es
Dios, pero a nadie se le escapa que es mucho más fácil para un hombre
heterosexual aceptar el dominio del cuerpo de un dios hombre heterosexual que a
una mujer. Los dioses heterosexuales se llevan muy mal con los cuerpos libres de
las mujeres, supongo que les cuesta dejar de percibirlos como un objeto de
consumo a su servicio. Y ni que decir tiene el pánico que les produce el cuerpo
de los hombres homosexuales, que pueden querer controlar su cuerpo como ellos
hacen con las mujeres. Pero ese es otro tema.
Más difícil aún es comprender
como en algunas sociedades occidentales como la nuestra donde no nos cansamos
de hablar de los derechos de las mujeres, se intenta desde sectores
conservadores volver a poner el cuerpo de la mujer bajo el dominio de un
hombre, esta vez puede que no sea su marido, y usurpe ese poder divino un
ministro, un obispo, o una política rica cuyo dinero deja su cuerpo a
salvo de cualquier otro poder. Pero por mucho que cueste creer, pasa, o más
aún, está pasando delante de nuestras narices. Y algunas y algunos que van de progresistas entran en este
juego de sumisión intentando pedir permiso para que en determinados supuestos
las mujeres puedan opinar algo. Nos guste más o menos, la mujer es la que debería
decidir sobre lo que puede o no puede pasar dentro de su cuerpo. Tienen esta
posibilidad de decisión, la biología se la ha otorgado, Dios se la ha regalado,
y cualquier otro poder que quiera condicionar o impedir esta toma de decisión
en libertad, está usurpando un poder que no es el suyo. Las urnas no convierten
a nadie en Dios ni le dan la dignidad suficiente como para poder decir a una mujer
que tienen que hacer con su cuerpo.
No se puede confundir informar, ayudar o facilitar la maternidad, con obligar. Se puede estar preocupado
por la natalidad, por las dificultades que tienen muchas mujeres de compaginar
su vida laboral y la maternidad, por el desempleo y la pobreza que las castigan más
a ellas que a nosotros. Se puede invertir en planes específicos para mejorar la
vida de las familias monomarentales, en apoyar a las familias que tienen hijos
con alguna deficiencia (en vez de cargarse la ley de la dependencia), se pueden
hacer miles de cosas (aunque se hacen bien pocas). Lo que no se puede hacer es
obligar, intentar controlar, y no pensar que las mujeres tienen siempre la última
palabra. Que la decisión es de ellas, y no de un señor que jamás sabrá, al
igual que yo, lo que puede significar para una mujer la decisión de llevar
adelante o no un embarazo.
Ya no vivimos en un mundo donde
un hombre tiene autoridad sobre las mujeres, sus deseos o sus decisiones. Y cuando,
como ahora, algunos iluminados intentando atraerse el voto de extrema derecha nos quieren hacer volver al pasado apelando a costumbres ancestrales, a verdades absolutas,
o la legitimación que dan las urnas; tenemos que negarnos a ser cómplices
silenciosos. Sólo una mujer embarazada puede decidir si quiere, puede, desea, o
le es posible ser madre. Sólo ella tiene esa responsabilidad, Dios se la ha
dado a ella, no a ningún otro usurpador (o usurpadoras, que también las hay) de responsabilidades.
Comentarios
Creo que son preguntas que pueden saltar al a vista, ya que se habla de derechos, mas no de obligaciones. Ya que si la mujer tiene el derecho de su sexualidad,, ¿no tendría también la obligación de la misma sexualidad? en otras palabras, si la mujer y el hombre tienen relaciones sexuales, y de dichas relaciones hay un embarazo ¿no debería de tener también la obligación ambas partes sobre el fruto de dicha relaciones sexuales? que es el cuidado del futuro hijo.
Atte Jose Fco Iriarte