Isaías en el Día del Orgullo Gay
La siguiente reflexión, a partir de los textos de Isaías 56,1-8; Esdras 10,9-12 y Lucas 4, 16-21, se realizó en la Reunión Ecuménica
con motivo del Día Internacional de la Liberación Lesbiana ,
Gay, Transexual y Bisexual, que tuvo lugar el pasado 28 de Junio en Barcelona.
Introducción
Comienzo la reflexión sobre el texto que acabamos de leer
recordando a Nelson Mandela. Hoy lucha por su vida en un hospital, pero toda su
vida ha sido una lucha por la dignidad y los derechos de millones de personas
marginadas por el color de su piel.
Y lo quiero recordar con una pequeña cita suya que,
veremos más adelante, tiene mucho que ver con el texto de Isaías.
“Hemos de tener claro, con
una convicción renovada, que todos compartimos una humanidad común y
que nuestra diversidad en todo el mundo es la mayor fortaleza de nuestro futuro
conjunto”.
Contextualicemos el texto de Isaías
Para poder entender las palabras del profeta[1],
deberíamos situarnos en el momento histórico en el que fueron escritas para conocer
las razones que las justifican.
Pero antes retrocedemos más de cincuenta años, al año 586 a .C. para comprender el
momento tan delicado y decisivo que vivió el judaísmo. Justamente ese año los
babilonios entran en la ciudad de Jerusalén y la arrasan. Destruyen
las casas y el Templo de Dios, deportan a Babilonia a las clases altas y
cultas, a los sacerdotes, incluso a los supervivientes de la familia real.
Después, comienzan a repoblar Israel con personas de otros lugares que no eran
judías.
La repoblación, la deportación de la monarquía y sobre
todo, la destrucción del Templo, la casa donde Dios habitaba; no tenían otra
intención que hacer desaparecer la identidad judía para asimilarla al Imperio
dominante.
El pueblo judío que se quedó en Jerusalén se aferró a las
ruinas de lo que en otro momento fue el gran Templo de Salomón para mantener su
identidad. Pero por mucho que lo intentaron, lo que eran antes de la caída de
la ciudad, había desaparecido con ella. Su identidad siempre había estado
ligada al futuro de la monarquía, de la ciudad santa de Jerusalén y del Templo.
Dios mismo no había podido o no había querido ayudarles, parecía haberlos abandonados
a su suerte, rompiendo así su Alianza.
Las personas deportadas a Babilonia vivían algo mejor, no
fueron convertidas en esclavas, sino que se les permitió crear una comunidad
que vivía con una relativa libertad en aquel exilio. Sin embargo también estos
hombres y estas mujeres que se consideraban el Pueblo escogido por Dios, tuvieron
que replantearse lo que significaba la perdida de los elementos que hasta aquel
momento les habían dado identidad. En pocos años consiguieron redefinirse y
dotarse de otros elementos constitutivos de esa identidad judía. Del Templo, la
monarquía y la ciudad santa, pasaron a la observancia de la Ley y el reposo
sabático.
Acercando el texto a nuestra experiencia
Todo lo que he explicado puede parecernos lejano, y por
tanto puede no decirnos nada que nos sea significativo. ¿Deberíamos desechar la
experiencia vivida por el pueblo judío por no tener nada que ver con nuestra
realidad? ¿O podemos aproximarnos desde alguna experiencia propia que, salvando
las diferencias, tenga elementos comunes?
Cuando tenía 12 o 13 años, en mi clase éramos tres las
personas homosexuales. Un amigo que se llamaba Jordi, mi compañera María y yo.
En aquel momento no teníamos palabras para definir lo que nos ocurría, quizás
tampoco habíamos pensado todavía que nos teníamos que definir de una manera
distinta al resto. Pero un día, una palabra que antes había escuchado pero a la
que no había dado importancia, pasó a definir a mi amigo Jordi: Maricón.
¿Qué significaba? Pues que si te llamaban maricón,
podrías ser humillado constantemente e incluso agredido. Ser maricón era ser el
último, era ser lo peor.
Para Jordi no hubo escapatoria, el Imperio de la
heteronormatividad y la exclusión, destruyó el mundo en el que vivía y que
hasta entonces le había dado seguridad. Su identidad fue convertida en
escombros como el Templo de Jerusalén. Él no pudo salir, se quedó viviendo en
un mundo terrible y peligroso donde no había Templo para pedir ayuda a Dios. Un
mundo en el que todavía hoy, viven algunos adolescentes.
María y yo tuvimos miedo y empezamos a vivir con una
identidad que no era la
nuestra. Empezamos a vivir alejados de quienes éramos. De
alguna forma el Imperio heteronormativo nos convirtió en exiliados de nuestra
forma y manera de sentir y comportarnos. Así, escondidos, comenzamos a
desarrollar estrategias que nos permitiesen pasar desapercibidos, estrategias
que pasaron a formar parte de nuestra nueva identidad. Vivíamos donde nos
habían llevado, con miedo a ser descubiertos, y con nostalgia de no poder ser y
vivir quienes éramos. El Templo de Dios para nosotros quedaba demasiado lejos.
Cuando reflexioné sobre esta experiencia de mi
adolescencia, que supongo no es muy diferente a la de mucha gente, y que se ha
podido vivir en otras áreas o facetas de la vida, empecé a percibir que el
texto de Isaías podía decirnos algo.
Volvamos al texto
Casi 50 años después el Imperio Babilónico cae a manos de
los Persas y el rey Ciro permite a las personas exiliadas volver a Israel. No
volverán todas, muchas se han adaptado a su vida en Babilonia. Pero una parte,
desea volver al lugar del que nunca deberían haber salido y emprenden el
retorno.
Cuando llegan, la realidad no es fácil. Jerusalén sigue
arrasada, las tierras que dejaron han sido ocupadas por quienes se quedaron o
por las personas con las que los Babilonios habían repoblado el país. Las
experiencias, las reflexiones, las formas de replantear lo que les había
ocurrido, no ha sido igual para quienes se quedaron en Israel que para los que
fueron deportados. Los recelos aumentan y la situación se convierte en
insoportable para mucha gente que decide finalmente volverse a Babilonia. A
pesar de eso, otros se quedan, buscando estrategias para poder reconstruir el país.
Reconstrucción de una sociedad
inclusiva
En Cataluña, en España y en algunos otros países la
diversidad sexual, la flexibilidad en los roles de género o la transexualidad,
se viven desde hace unos años, y gracias al trabajo de mucha gente, de una
forma más normalizada. Pero eso no quiere decir que todo esté conseguido, ni
mucho menos. La sociedad que nos encontramos tras volver del exilio está en
ruinas en muchos ámbitos que deben seguir reconstruyéndose.
Hay mucha gente que desde el primer momento puso todo de
su parte para transformar el mundo en el que vivían, y otras, que se implicaron
en el proceso tras su vuelta del exilio. Pienso en iniciativas como:
-
Stop Sida que trabaja por la prevención del VIH/Sida, y da un
soporte emocional a las personas afectadas por el VIRUS.
-
L’Associació de Families de Lesbianes i Gais, que trabaja por la
equiparación de los derechos y deberes de estas familias, concienciando y
reivindicando su existencia.
-
L’Associació de Mares i Pares de Gais i Lesbianes, que orienta e
informa a familias con hijos lgtb.
-
La Fundació
Enllaç que intenta proteger el bienestar de las personas lgtb y
darles ayuda en situaciones de vulnerabilidad y dependencia.
-
La Asociación Española de Transexuales;
Transexualia. Que orienta a familias con hijos e hijas transexuales, o que trabaja por
la reinserción laboral de transexuales.
Podríamos seguir con muchos otros ejemplos, en ámbitos
como la cultura, la educación, la tercera edad, el ocio, etc.. Iniciativas que
van cambiando la sociedad en la que vivimos todas y todos para hacerla mejor,
más plural y más humana.
Sin embargo es evidente que sigue quedando mucho camino
por recorrer, todavía no sabemos si acabará por aprobarse en el Parlament de
Catalunya la ley catalana contra la homofobia, para poder actuar ante casos
de discriminación y maltrato por orientación sexual.
Y es el trabajo del día a día, al ver que todavía queda
mucho por conseguir, que todavía hay gente que tiene que vivir situaciones que
pensábamos superadas, la que lleva a veces al desánimo, a creer que es
imposible cambiar las cosas, que al final el daño sufrido es irreparable, que
de las ruinas no se puede volver a construir una ciudad con vida, pero con vida
de verdad para todos y todas.
Ante una experiencia de desánimo similar el profeta
levanta su voz ante el pueblo judío.
¿Qué dice el profeta?
El profeta quiere animar al pueblo de Dios, les habla de
una salvación, de una victoria que está a punto de llegar, y que por lo tanto,
no tienen que dejarse vencer por la desesperación y la negatividad. Hay
que continuar trabajando, al final muchas personas más se sumarán a esta labor
que ahora parece tan difícil de llevar. Dios está de su lado, el triunfo está
asegurado.
Cuando leemos sus palabras, apreciamos que el profeta no
engaña a nadie, habla de guardar el sábado y ser fieles a la Alianza. Una
identidad que él entendía como irrenunciable en aquel momento, y que probablemente
había recibido en el exilio babilónico. Se dirige al pueblo judío y les anima a
guardar estos elementos identitarios.
Es fácil que la exigencia de guardar el sábado y la Ley
nos suene a una imposición absurda y limitante. Sobre todo la Ley, que percibimos
como una camisa de fuerza, una forma de aprisionar al ser humano. Nos acordamos
rápidamente de los menajes liberadores de Jesús que las relativizó, puesto que
curó en sábado y estuvo dispuesto a incumplirlas.
Pero tenemos que ser conscientes de que para el profeta guardar
el sábado y cumplir la Ley tienen otro significado. Para él significan la
manifestación plena de la presencia de Dios con su Pueblo. Cuando las mujeres y
los hombres israelitas guardan el día de reposo y cumplen la Ley, avanzan esa
venida de Dios, esa reconstrucción final que anhelan.
¿Qué Dios puede unir al pueblo?
Es evidente que el profeta quiere superar todas las
divisiones que paralizan al pueblo, para ello, y desde la identidad que
reivindica, nos muestra a un Dios que une al pueblo desde la inclusión. Para el
Dios del profeta no sobra nadie en la comunidad israelita.
Los nuevos conversos, los extranjeros, que en muchas
ocasiones son percibidos en la
Biblia Hebrea como peligrosos, y a los que profetas como
Ezequiel habían prohibido el acceso al culto (Ez 44,7-9) son llamados a una
casa de Dios para todos los pueblos.
Los eunucos, que vivían en una sociedad donde la
bendición divina y la supervivencia dependían de la posibilidad de tener hijos
e hijas, eran excluidos del templo y del sacerdocio por el Deuteronomio y el
Levítico (Dt 23,2 – Lv 21,20) . Pero el afán de cohesionar la sociedad judía
desde la inclusión lleva al profeta a hacer una lectura abierta e incluyente
del Deuteronomio. Los eunucos también sobrevivirán, pero no a través de sus
hijas e hijos, sino porque sus nombres serán inscritos dentro de los muros del
propio Templo, de la casa de Dios.
El Dios del profeta está tan decidido a actuar en su
pueblo a través de la inclusión, que es capaz de abrir la Ley a la realidad de
todas las personas que forman ese pueblo.
Hay otros dioses que pretenden unir al
pueblo
Pocos años después a mediados del siglo V, Esdras, un
sacerdote y maestro de la Ley, es enviado por el rey de Persia para continuar
con la reconstrucción de la ciudad de Jerusalén.
El Dios de Esdras no es igual que el del profeta que
encontramos en el capítulo 56 de Isaías. Para Esdras la unidad no se consigue
integrando a todos los miembros de la comunidad, sino excluyendo a algunos. Por
eso Esdras, intentando cumplir la voluntad de su Dios excluyente, obliga a
todos los judíos que se habían casado con mujeres paganas a abandonarlas. El
Dios de Esdras no está preocupado por la gente, su lectura de la Ley es una
lectura literalista que produce dolor y sufrimiento.
Las mujeres paganas fueron abandonadas a su suerte, en
una época en la que las mujeres repudiadas por sus maridos no tenían demasiadas
posibilidades de sobrevivir de una manera digna. Las mujeres paganas fueron
repudiadas para que el pueblo de Dios permaneciese unido.
Dos Dioses que nos acompañan
Al leer la Biblia nos encontramos a menudo con estos dos
Dioses, uno que integra desde la inclusión y otro que exige sacrificios
humanos.
Si miramos el pasado más reciente del cristianismo
oficial en nuestro país, recordamos que hace sólo 8 años la oposición al
reconocimiento del matrimonio igualitario consiguió por primera vez la unión de
católicos, protestantes y ortodoxos en un documento[2].
Algo que pone en evidencia que el Dios que une desde la exclusión sigue estando
tan presente como en el mensaje de Esdras.
Pero estaría bien reflexionar si también las personas que
aquí estamos independientemente de nuestro género, sexo u orientación sexual,
utilizamos el Dios inclusivo cuando somos excluidas, y el Dios de la exclusión
cuando la cosa la vivimos desde posiciones de poder.
Hace unos años conocí a un chico gay hijo de un pastor,
era una persona que ponía todas sus energías en conseguir una iglesia más
inclusiva. Hace unos meses me pidió amistad por Facebook y acepté la petición,
al entrar en su página para ponerle un mensaje, me quedé sorprendido del
discurso excluyente hacia los inmigrantes.
Los Dioses de la exclusión y de la inclusión conviven
dentro nuestro, quizás por eso los podemos encontrar fácilmente en las páginas
de la Biblia. Para
ambos podemos construir grandes reflexiones que nos hagan parecer grandes
cristianos. Por eso la pregunta obligada es: ¿con cuál deberíamos quedarnos? ¿a
cuál nos llama el mensaje de Jesús?
¿Cuál era el Dios de Jesús?
Creo que la respuesta es evidente y lo podemos encontrar
en el tercer texto que hemos leído. Un texto que forma parte también de la
última parte del libro de Isaías (Is 61,1-4) y que Lucas pone en boca de Jesús
para explicar como es el Dios que seguimos las mujeres y los hombres cristianos.
“El Espíritu del Señor está
sobre mí, porque me ha consagrado
para llevar la buena noticia a los pobres;
me ha enviado a anunciar libertad a los presos y a dar vista a los
ciegos;
a poner en libertad a los oprimidos;
Un Dios de todas y todos que viene a proclamar el año de
gracia en el cual los esclavos y esclavas de cualquier poder injusto quedan
liberados. Un Dios que nos llama a reconstruir nuestra sociedad, nuestras
iglesias, nuestras identidades, desde la inclusión de lo que consideramos
último.
Y nos anima a hacerlo sin desfallecer, uniendo fuerzas,
porque es su causa la que defendemos. Una causa que Nelson Mandela expresaba
como la mayor fuerza que tenemos para un futuro conjunto; la diversidad.
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