Un dios muy humano

Las comidas familiares dan para mucho, sobre todo la sobremesa. No es algo habitual, pero el otro día la cosa se animó bastante, y si empezamos hablando de la crisis, los recortes en educación y sanidad, o las elecciones francesas... acabamos reflexionando sobre la expansión del universo. Allí, dos psicólogos agnósticos, un profesor de religión católica, otro de alemán (ateo confeso), un economista y un matemático (ambos protestantes de frontera), casi todos hombres gays cercanos a los cincuenta (aunque para todo había excepciones); se preguntaban si el Big-Bang fue el comienzo, o sólo una fase más de un universo en continua expansión y contracción.

Hay que decir que ninguno tenía conocimientos suficientes sobre el tema, pero tampoco queríamos dogmatizar, sólo hablar, sacar a la superficie lo que supone para nosotros los límites en los que nos sabemos inmersos. El economista no tardó en abandonar la mesa, y terminó por quedarse dormido en el sofá (supongo que le hubiese gustado más el tema de la crisis, eso de los límites nunca lo ha entendido muy bien; “con dinero, no hay límites que valgan” fue lo último que dijo). Pero ese día, quizás intentando huir de la realidad, de la cotidianidad que nos dice que las cosas no van muy bien, nuestro interés estaba más allá de nosotros mismos, o al menos eso es lo que creíamos en aquel momento. 

Tras algunos intentos de llevar el tema al campo de cada cuál, de pretender hablar de trascendencia, de la conveniencia o no de explicar lo inexplicable utilizando el comodín de dios.... el verdadero vértigo apareció cuando uno de nosotros indicó que los conceptos de espacio y tiempo con los que nos estábamos moviendo para hablar de la expansión, o del inicio del universo, eran conceptos absolutamente artificiales, creados por el ser humano para entender el mundo. Ante esa sensación de estar colgados de la nada, los psicólogos se repusieron mejor y parecieron tomar ventaja, hablando de lo que supone la interiorización de dichos conceptos.... “parecen evidentes, naturales, imprescindibles... pero son mera construcción de nuestras mentes, igual que la idea de dios”, concluyeron.

No hizo falta responderles, ellos mismos se dieron cuenta de que sus palabras sólo mostraban inseguridad, incomodidad; como la que siente todo ser humano independientemente de sus condicionantes ante lo desconocido, ante lo que permite ver que incluso lo más incuestionable es puro humo... Intentaron escapar teorizando, y desplazando su mirada hacia otro lado, hacia la discusión sobre dios. En realidad es la misma reacción, aunque en dirección contraria, que la de aquellos que se apresuran a afirmar que la única realidad es dios, y que todo lo demás es caduco, limitado, condicionado... Así que de nuevo, volvimos a cerciorarnos de que todos estábamos en la misma situación, ante la misma pregunta sobre que es real, cuáles son sus límites, y si hay o no algo tras ellos.


Pero la discusión sobre dios estaba ya sobre la mesa, aunque todos partiéramos de la misma premisa: que el dios que afirmamos, o que negamos, es un dios muy humano. A los creyentes no nos hacía falta aclarar que dios no es el opio del pueblo, una herramienta al servicio del poder, o una huída fácil para quienes viven con dificultad en este mundo. Todos sabíamos que dios es también todo eso, la idea de dios ha tenido, y sigue teniendo, esos y otros elementos aún más terribles. Por tanto no nos atrevíamos a hablar de dios con mayúsculas, porque éramos conscientes de que nosotros no íbamos a ser los primeros en arrogarnos la autoridad de poder hablar del dios verdadero.... nuestro dios es tan humano como nosotros, y probablemente tenga nuestros mismos intereses.

También los agnósticos o directamente el ateo reconocían que el dios que niegan es tan humano como los poderes que detestan, o las tradiciones que les hicieron sufrir. Sabían que vivir sin un dios es imposible, pero defendían que al menos el suyo, o los suyos, estaban construidos a su imagen y semejanza, no había engaño alguno. En esto último no nos pusimos de acuerdo, sus dioses (o algunos de ellos) tienen también mucho que ver con poderes ajenos, y no tanto con sus opciones. Aquello a lo que siguen (y que a menudo adoramos también los que nos autodenominamos seguidores de un único dios), ha sido entronizado, elevado a los altares por quienes tienen la potestad de hacerlo.

Fue una charla de sobremesa, y quizás lo más sabio hubiese sido seguir aquella enseñanza judía que dice que ante dios es mejor permanecer callados. Las razones por las cuales unos creemos en un dios personal, y otros no, son diversas, pero personalmente el silencio no me parece honesto. Siempre me ha parecido un engaño aquellos movimientos cristianos o aquellas personas, que se mueven con motivaciones religiosas que no hacen explícitas. Supongo que para que no se pueda ver, que el dios que siguen se parece demasiado a ellos y a sus intereses. Creo, y por tanto puedo estar equivocado, que aunque el dios en el que creo probablemente sea de mi misma medida, es la reducción imperfecta de uno mucho mayor que tiene algo importante que decir al ser humano.

Si hay alguna manera de que el dios en el que creo se parezca a ese Dios al que intenta apuntar, es entrando en contacto con otros dioses. Así ocurrió en el judaísmo cuando su dios fue derrotado por otros dioses, fue en ese momento cuando la visión del pueblo judío cambió, y descubrió en el exilio a un único dios mucho mayor. También en el cristianismo, cuando el dios padre de Jesús, lo abandonó en la cruz ante el dios de la religiosidad legalista y el poder político romano, sus seguidores descubrieron a un dios más humano y perdonador, que era capaz de entregarse por cualquier ser humano, a pesar de su impureza.

Sólo contamos con dioses humanos, demasiado humanos, y por tanto crueles, partidistas, interesados.... pero que en ocasiones pretenden apuntar a un Dios de amor, de libertad, de paz, y de justicia. Supongo que afirmar esto puede ser desestabilizador para muchos, pero la realidad suele ser así, complicada. Sobre todo porque nunca sabremos con seguridad si realmente estamos apuntando al Dios verdadero, o simplemente miramos hacia nosotros mismos. Personalmente he decidido seguir la máxima de Jesús, “por sus frutos los conoceréis”. Sólo los dioses que son capaces de traer libertad al ser humano, que lo hacen vivir en paz con él mismo y con los demás, y que hablan de amor y de dignidad de todo ser humano, apuntan al Dios verdadero en el que creo, no me importa el nombre, o la ausencia de nombre.

Carlos Osma

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