Crucificando a Adán y Eva
La crucifixión y muerte de Jesús,
como hecho histórico, parece contradecir más que apoyar las esperanzas
mesiánicas que despertó en sus seguidores. La cruz introdujo a los discípulos
en una profunda crisis, no sólo por la desaparición de su maestro, sino porque
la forma en la que éste fue asesinado era considerada indigna. Sin embargo los
primeros cristianos mostraron en poco tiempo que tenían capacidad y
herramientas con las que interpretar este hecho vergonzoso para convertirlo en
uno de los elementos principales de su fe.
Al leer los evangelios, los
escritos paulinos o los escritos joánicos, encontramos diferentes interpretaciones
de la cruz de Cristo a partir de las experiencias personales o comunitarias, y
las enseñanzas recibidas. Pero dichas interpretaciones, canónicas para el
cristianismo, no han sido las únicas; a lo largo de la historia hemos podido
ver muchas otras que apoyándose en las anteriores, intentan responder a las
necesidades, y reflejan vivencias, de muchos creyentes de ese momento. Así
podemos destacar las interpretaciones de Lutero en el siglo XVI, las de
Moltmann en el siglo XX, o más recientemente las de Werner Thiede[1], por
poner sólo unos ejemplos.
Diríamos entonces que la pregunta
sobre el significado del crucificado, ha recibido y sigue recibiendo diferentes
respuestas, puesto que la experiencia concreta juega un papel determinante a la
hora de dotar de sentido, a un sinsentido evidente. Y es en este punto donde me
pregunto, si además, o a partir, de las profundas y liberadoras
interpretaciones que hemos heredado y que nos marcan profundamente, las
personas homosexuales, las transexuales o las bisexuales, podemos hacer también
una lectura de la cruz desde nuestra propia experiencia. ¿Qué nos dice si nos
acercamos a ella como personas lgtb? ¿O la cruz no tiene nada que decir sobre
el sexo, el género y la orientación sexual? Si la respuesta es no, si nos hemos
creído que una parte de lo que somos no tiene respuesta en aquella cruz, sería
como reconocer que la obra de redención que allí tuvo lugar no fue completa, y
estaríamos entonces obligados a afirmar con el apóstol Pablo, que vana es
nuestra fe.
A los que nos aproximamos a la cruz con todo lo que somos, nos ayuda Pablo cuando utiliza como arquetipo a Adán. Nosotros utilizaríamos hoy Eva/Adán. Ellos dos, representan para millones de personas lgtb los modelos que les han sido impuestos, las imágenes que establecen que lo creado por Dios, lo querido por Dios, es un hombre heterosexual que sigue los estándares de masculinidad imperantes, y después, y en un segundo lugar, las mujeres heterosexuales “femeninas”. El sexo que nos determinaron al nacer nos dotó de una camisa de fuerza que llamamos Eva/Adán. Una camisa en la que mucha gente vive feliz, pero que a otra le produce sufrimiento.
A esas construcciones políticas
se les revistió de la categoría de natural, por lo que las personas con sexo
masculino, que se identifican como mujeres y se sienten atraídas por otros
hombres; o las personas de sexo femenino, que se identifican como mujeres y se
siente atraídas por mujeres, por poner sólo dos ejemplos que no encajan en el
arquetipo Eva/Adán, quedaron clasificadas como antinaturales, errores de Dios,
amenazas para la sociedad o enfermas. Y es en este punto donde empezó nuestra
lucha personal, la lucha de millones de personas, silenciadas, marginadas,
perseguidas o incluso asesinadas[2].
Bien es cierto que poco podíamos
hacer ante un poder tan arraigado en nuestra sociedad y en el que fuimos educados
desde el preciso instante en que nacimos. Pero aún así, allí está nuestro
pecado, en haber creído el mensaje del patriarcalismo, de la heteronormatividad,
de la uniformidad, que nos decía que lo que Dios había creado en nosotros no
era digno, no era bueno. Justo en aquel momento, cuando luchábamos para ser
quienes no éramos, vivíamos la experiencia que Pablo nos detalla en su Carta a
los Romanos: “No entiendo lo que me pasa,
pues no hago lo que quiero, sino que precisamente aquello que odio es lo que
hago[3]”. Aquella era nuestra
situación, nuestro dolor producido por el pecado, teníamos que hacer aquello
que no queríamos, aquello para lo que no fuimos creados. Y como afirma Pablo,
no lo hacíamos nosotros, sino el pecado que mora en nosotros.
En el deseo de ser Eva/Adán reside
nuestra rebelión contra Dios. Y cuando una persona lgtb mira a la cruz, puede
ver claramente como Jesucristo llevó hasta allí su antiguo Adán, su antigua
Eva. Allí, ese pecado de no aceptar la diversidad de Dios, fue crucificado con
Cristo. En el sufrimiento de Jesús, está también el nuestro. Pero no sólo vemos
el dolor, sino también su amor, su entrega por salvarnos, por librarnos de un
pecado absurdo. En la cruz son redimidas todas las personas lgtb. Una cruz que
hoy nos salva, que hoy nos dice que podemos ser quienes somos, sin camisas de
fuerza. No dice que sea fácil, pero sí que se puede lograr, y que cuando
ponemos todas nuestras energías para alcanzarlo, Jesús está a nuestro lado,
animándonos, acompañándonos y dándonos nuevas fuerzas.
La nueva creación de Cristo no
sigue el modelo Eva/Adán, sino que nos habla de una nueva mujer, de un nuevo
hombre… es el modelo de Jesús, el modelo de la liberación que llama a todo ser
humano desde su realidad, desde su diferencia. Y lo llama no para borrarlo, para
disolverlo en la uniformidad de un modelo impuesto, sino para seguir a Jesús
con todo lo que uno es, también con su forma de identificarse, de entender su
cuerpo o de vivir su experiencia sexual. Ahora sabemos que una persona
transexual no sigue a Jesús, sino lo hace como transexual, tampoco una
bisexual, o una transgénero. Seguir a Jesús, es manifestar que Eva/Adán deben
quedar atrás, nuestro pecado ya ha sido redimido, ahora somos una nueva
creación, la creación de la diversidad en Jesús.
No hay que olvidar sin embargo
que la liberación del pecado que afirma un modelo único para las dimensiones
sexo-género-orientación sexual, no se reduce a las experiencias personales, es
necesario erradicarlo de todas las estructuras en las que vivimos, de toda la
creación. Y para ello debemos ser conscientes de que la cruz de Cristo nos unió
a muchas otras personas que estaban crucificadas junto a nosotros, sólo con
ellas lograremos acabar con el pecado que impregna nuestro mundo. Sabemos muy
bien que no es una tarea sencilla que pueda alcanzarse rápidamente, pero
estamos convencidos de que nuestra liberación conseguida por la cruz de Cristo,
será algún día completada. Puesto que el mundo que tanto deseamos, el que
prometió aquel crucificado, es un mundo sin pecado, dolor o coacción. Un mundo
donde libremente todos alcanzaremos la plenitud de lo que Dios ha querido de
nosotros.
Carlos Osma
[1] Nos
atrevemos a recomendar el libro de este autor publicado por Ediciones Sígueme.
“El Sentido Crucificado”.
[2] Hace sólo unos días moría
en Chile Daniel Zamudio, asesinado por ser homosexual por unos neonazis. Hace
unas semanas fue asesinada también la activista transexual mejicana Agnes
Torres.
[3] Rom 7,15
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