Por mucho que nos pese a algunas, y aunque no todo el monte es orégano, las iglesias cristianas son el principal enemigo que tenemos hoy en Occidente las personas LGTBIQ y nuestras familias. Supongo que a algunos les dolerá leer una afirmación como esta —a otros nos cuesta escribirla—, y les molestará que pongamos a todas las iglesias en el mismo saco, pero no nos ayuda en nada negar la realidad.
Las iglesias evangélicas conservadoras y fundamentalistas, la Iglesia católica y la Iglesia ortodoxa, utilizan todos los medios que tienen a su alcance para que no alcancemos derechos que nos faltan o perdamos los que hemos conseguido. Y lo hacen sin pudor, mientras predican el amor al prójimo apoyan a partidos de ultraderecha o a entidades abiertamente LGTBIQfóbicas para que no haya educación en la diversidad en los centros educativos, para retirar las subvenciones a entidades LGTBIQ, criminalizar a las personas trans, negar las violencias que padecemos, o directamente justificarlas. En definitiva, para invisibilizarnos y hacernos desaparecer. Y no lo hacen únicamente dándoles cobertura con sus discursos, sino con dinero contante y sonante. Detrás de los discursos LGTBIQfóbicos de muchos políticos hay dinero sagrado que sale de donaciones de cristianas devotas.
En este contexto creo que es lógico el rechazo que produce el cristianismo a la inmensa mayoría de personas LGTBIQ, y lo lejos que las entidades que nos representan quieren estar de todo aquello que huela a cristianismo. Además, hasta hace muy poco, tener como enemigo al cristianismo —que está de capa caída, y al que la mayoría de la gente de a pie asocia con opresión— era también una estrategia inteligente. Sobre las ruinas del cristianismo homófobo y tránsfobo se pensó que podríamos construir una sociedad más justa para nosotres y nuestras familias.
La forma en la que han
reaccionado las iglesias cristianas creo que deja claro que esta estrategia debe
ser cambiada. La LGTBIQfóbia cristiana se ha rearmado y tiene una nueva hoja de
ruta para ocupar instituciones y lugares de poder para —entre otras muchas cosas— acabar con nosotras de la
mano de partidos y entidades que a algunes nos recuerdan al fascismo. Lo vemos
todos los días en los medios de comunicación. Tienen claro que no quieren una sociedad de libertades, sino de opresiones y de dogmas. Quieren construir el mundo —también el nuestro— persiguiendo la quimera de un mundo pasado donde todo era más fácil y más feliz para los hombres blancos, cisgénero, heterosexuales, occidentales, ricos y cristianos. Un mundo como Dios manda.
Haber subestimado a las iglesias cristianas creo que ha sido un error, como también lo ha sido ponerlas a todas en el mismo saco, o creer que el único lugar donde se puede hablar de cristianismo es en el ámbito privado, porque si se hace en el ámbito público se está haciendo proselitismo —un razonamiento similar a quienes dicen que si hablamos de diversidad sexual en los centros educativos podemos confundir a las niñas, o que estamos tratando de hacerlas LGTBIQ—. En mi opinión sería una buena estrategia tratar de neutralizar los discursos LGTBIQfóbicos cristianos dando visibilidad y apoyando de todas las formas posibles a aquellas personas, iglesias, o instituciones que promueven un cristianismo que respeta y promueve la diversidad.
No es necesario ser cristiano para entender que una teología inclusiva, un cristianismo inclusivo, no solo ayudará a personas LGTBIQ que proceden de entornos cristianos, sino que contrarrestará y desenmascarará las teologías y los cristianismos LGTBIQfóbicos —hoy dominantes— como algo ajeno al cristianismo. No se trata de hacer proselitismo, de aceptar todo lo que diga ahora un cristianismo inclusivo —la mayoría de personas LGTBIQ cree que el cristianismo tiene poco o más bien nada que aportarles—, o que no se pueda criticar al cristianismo por muy inclusivo que diga ser. Se trataría de que para dar respuesta a la cada vez mayor amenaza de las iglesias cristianas que desean nuestra aniquilación, las entidades LGTBIQ y también las administraciones públicas ayudaran a visibilizar otros discursos que entienden el cristianismo de forma más inclusiva y no beligerante hacia la diversidad, para que puedan ser escuchados, ya que son silenciados por quienes en este momento controlan los altavoces del odio y la exclusión dentro de las iglesias cristianas.
Que también deberían hacerlo las iglesias que se han abierto a la inclusividad, los seminarios de teología que se definen como progresistas, las editoriales... parece que está muy claro, pero eso es harina de otro costal. Es evidente que es a nosotras a quienes más nos urge poder tener espacios donde vivir segures, y tendremos por tanto que dar los primeros pasos.
Todo esto que acabo de decir lo digo como cristiano, pero opino que puede ser extrapolado al resto de religiones que tienen influencia en nuestro país. Al colectivo LGTBIQ, a las personas que estamos por la igualdad y el respeto a la diversidad, más que negar la realidad y la influencia —en nuestro caso peligrosa— de las iglesias cristianas en nuestra sociedad, nos vendría mejor —como estrategia para seguir avanzando— dar más visibilidad a las personas, iglesias e instituciones que pueden contrarrestar de forma más precisa los discursos de odio que promueven las iglesias cristianas.
Carlos Osma
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