Impurezas y posesiones diabólicas
Segunda parte del estudio: Un Mesías saliendo del armario
Una lectura queer de Mc 3,20-6,6
- UNA CASA Y DOS
LUGARES. ESTAR DENTRO Y ESTAR FUERA (3,20-3,34)
1.1.
¿Quién está dentro?
El evangelista nos sitúa ahora dentro de una casa, probablemente
la de Pedro. Jesús
está allí con sus discípulos y la casa comienza a llenarse de gente. La acción
no tiene lugar en Jerusalén, lo que allí ocurre está alejado del discurso
religioso oficial. Estamos en los márgenes del poder, en un espacio donde éste
es cuestionado. Es por eso que, como ya vimos anteriormente, los representantes
religiosos reaccionan defendiendo el lugar que ocupan. Su lugar es Jerusalén,
pero deciden salir de allí, para acercarse al entorno de Jesús y sus discípulos
y desacreditarle. La manera es sencilla, intentan resignificar las acciones
salvíficas y sanadoras de Jesús como diabólicas. Pretenden que la mirada de sus
seguidoras y seguidores no se dirija hacía las acciones liberadoras de Jesús
sobre las personas oprimidas, sino que se centren en un discurso teórico que condena
al maestro: “los escribas que habían
venido de Jerusalén decían que tenía a Beelzebú, y que por el príncipe de los demonios
echaba fuera los demonios [1]". En otras palabras, las personas que
habían sido liberadas de los poderes opresivos que las hacían sufrir, lo habían
sido no por un maestro, no por voluntad divina, sino por el más grande de los
poderes opresivos. Ese Jesús que daba esperanza a la gente, pero que
cuestionaba la enseñanza de los religiosos, era un embaucador.
Sabemos que las mujeres y hombres de la comunidad marcana
se reunían todos los domingos en una casa, no en las sinagogas, para recordar
la resurrección del maestro que les había liberado; ese era su alimento. Su fe
en Jesús, basada en la experiencia vivida de sentirse salvados por él,
convierte al maestro en el centro de su espiritualidad, en aquel que
resignifica todo discurso teórico, toda acción religiosa. Eso, hizo que el
discurso oficial de la religión judía reaccionara negando el lugar que se le
estaba dando a Jesús, en detrimento de la Ley y el monoteísmo. El Jesús que
usurpa lo establecido por el poder religioso, aunque pueda haberse revelado
como un salvador, no es más que un poder demoníaco. Un mentiroso que llevará a
la perdición.
Los espacios abiertos en el mundo por las personas LGTBI
para poder vivir libremente y poder dar expresión a todas sus potencialidades,
son cada vez mayores, aunque no deberíamos dejarnos llevar por lo que ocurre en
las grandes urbes de muchas ciudades occidentales; esos espacios, aunque ya no
son anecdóticos, sólo existen para una pequeña minoría de la población LGTBI
mundial. Y esos terrenos ganados a la exclusión, son para cristianas y
cristianos, como la casa donde Jesús se reúne con sus discípulos y discípulas.
Lugares de liberación, donde los poderes opresivos desaparecen, y donde los
seres humanos se sienten a salvo. Ante eso, como el evangelio nos indica, los
poderes patriarcales intentan desviar la mirada de la experiencia sanadora que
han vivido las personas LGTBI que forman parte de estos espacios, para lanzar
un discurso teórico que hace de nuestro Jesús liberador un demonio. Sólo el
Jesús de sus leyes, el de sus dogmas, el de sus costumbres, es el verdadero. El
Jesús en el que creen muchos cristianos y cristianas LGTBI es un engaño, una
falacia. La justicia por la que trabajan miles de entidades LGTBI es una
opresión. Lo que la realidad muestra,
sólo es un espejismo, la verdad es la de siempre: el patriarcalismo, la
naturaleza y la doctrina.
Y las tres dicen, que vuestro Jesús es demoníaco.
1.2.
¿Quién está fuera?
Fuera de la casa están la madre, los hermanos y las hermanas
de Jesús que han creído a los maestros de la Ley y dan por hecho que su hijo
está “fuera de sí”. No hay en ellos una crítica a quienes pretenden
etiquetar a su hijo como desviado, les creen a pies juntillas, no ponen en duda
los poderes establecidos. Quizás porque sería poner en duda el suyo propio, y
la familia tenía por aquel entonces un lugar central en la estructuración de la sociedad. A primera
vista parece que la familia de Jesús actúa desde el amor y se preocupa por la
salud de su hijo, por eso quieren sacarlo del lugar que ocupa en aquella casa
donde predica, para situarlo en su lugar, en el hogar familiar. Pero lo que la
madre, las hermanas y los hermanos de Jesús vienen a hacer, es sacar a Jesús de
un espacio que les avergüenza. El comportamiento de Jesús trae la deshonra para
la familia, y ante eso sólo tienen dos posibilidades: intentar convencerlo para
que salga de allí o rechazarlo.
Lo que representa en el texto la familia no es más que una
estructura al servicio del poder semejante a los fariseos. Pero a diferencia de
la estructura religiosa, que ejerce un ataque directo a lo que Jesús es, la
familia aquí representada tiene otra estrategia. Lo que parece mover su
comportamiento es el amor, la responsabilidad, la preocupación por Jesús. Quieren
que Jesús viva dentro de la casa familiar sin tanta estridencia, sin hacer
ruido. Es evidente que la finalidad tanto de la familia como la de los fariseos
es la misma: hacer callar a un Jesús que cuestiona el modelo social y religioso
que ellos representan.
Mucho tiene que ver esta experiencia con la de las personas
LGTBI, evidentemente al situarse en un lugar distinto al que se esperaba, sus
familias de origen han reaccionado en ocasiones de una forma negativa pensando
más bien en el “que dirán” que en apoyarles. Han primado su estatus en
la sociedad al amor. Pero esta actitud no se circunscribe sólo al ámbito
familiar, multitud poderes que pretenden estructurar la sociedad parecen
preocuparse por la situación de las personas LGTBI, cuando en realidad sólo
buscan ponerse ellos mismos a salvo. Se aproximan con discursos paternalistas
que les hacen parecer buenas personas, pero todo es un espejismo. Su voluntad
es la misma: tapar la boca a quienes ponen en duda las directrices del
patriarcalismo. Podríamos hablar por ejemplo de la educación, un poder que se
utiliza para perpetuar las estructuras machistas y homófobas, y que dice no
introducir reflexiones sobre género, orientación sexual o diversidad familiar
en el currículo desde infantil, para proteger a los niños y niñas. Es demasiado
evidente que sólo pretende perpetuar una forma injusta de estructurar la sociedad. Pero seríamos
parciales si no mirásemos también dentro de los colectivos LGTBI y dijésemos
que en ocasiones también se cae en la tentación de hacer el discurso de la
aceptación tan “respetable” que se tienen que esconder voces, cuerpos y
expresiones de género para no “asustar” o “confundir” a la gente. Y si dejamos lo
colectivo y dirigimos la mirada hacia nosotras mismas quizás nos daríamos
cuenta que hay cosas “nuestras” que preferimos esconder, hay cosas de
nuestra diversidad que nos desestabiliza y preferimos guardarlas en casa porque
“cada marica, bollo, trans pertenece a su vez a una mayoría o a varias
mayorías, y a una o varia minorías distintas a la sexual.... cada una con sus
intereses de clase y otros intereses particulares a los que difícilmente
quieren renunciar[2]”.
1.3.
De blasfemias y decisiones
Jesús llama a los maestros de la
Ley que le acusan de estar poseído por Satanás para lanzarles un mensaje
demoledor: “el que blasfeme contra el Espíritu Santo, no tiene jamás perdón[3]”.
Las personas que estaban en aquella casa, las que seguían a Jesús habían sido
liberadas de opresiones sociales, religiosas, etc. Habían vivido la experiencia
del Espíritu, ya que como dice Jürgen Moltmann: “la experiencia del Espíritu
hace que vuelva a fluir de nuevo en nosotros la fuente de la vida, que
comencemos a florecer y a dar frutos. Un amor insospechado a la vida se
despierta en nosotros, acaba con la resignación y cura los recuerdos dolorosos.
Nos enfrentamos a la vida esperando el nuevo nacimiento de todos los seres
vivos y, con esta esperanza, experimentamos el nuevo nacimiento individual y
social[4]”.
Decir que esta liberación es demoníaca, aunque sea el poder religioso quien
lo diga, es una blasfemia imperdonable.
Vivimos día sí y día también la
visita de religiosos, pseudoteólogos, pastores, sacerdotes, obispos... que vienen
hasta los lugares que las personas LGTBI han arrebatado a la homofobia
estructural, para poner en duda la dimensión liberadora y salvífica de sus
conquistas. Cada avance en igualdad es respondido con miles de mensajes
condenatorios. Sólo son capaces de ver un poder demoníaco donde el Espíritu
Santo está actuando contra sus doctrinas, sus prejuicios e intereses. Quién es
incapaz de percibir el amor, el nacimiento a una vida con posibilidades, la
superación del dolor, la irrupción de la esperanza... en la vida de tantas y
tantas personas LGTBI tras su salida del armario, tras quitarse la careta y
sacarse el esparadrapo de la boca para decir quienes eran; es que están
blasfemando contra el Espíritu Santo, algo verdaderamente imperdonable. Quien
niega la vida, porque no la sabe reconocer, no puede ofrecer vida. Quien niega
la presencia de Dios, porque no la sabe discernir, no lo está predicando.
A diferencia que con los maestros
de la Ley, Jesús no entra en diálogo con sus familiares. Los deja fuera de la
casa, fuera de su lugar, y ni siquiera sale para darles una explicación. Jesús
parece sentirse mucho más lejos de quienes dicen actuar por amor, que de
quienes a cada descubierta lo hacen por defender su poder político y religioso.
El maestro tiene suficiente con reconocer quien es su verdadera familia, con
ellas y ellos, con los que camina hacia el Reino, tiene suficiente. Los que son
“de los nuestros” por compartir sangre, ADN, una confesión religiosa,
una nacionalidad, un color político, una ONG... puede que no tengan nada que ver con nosotras y
nosotros si sólo trabajan por mantener un sistema opresivo, si sólo están al
servicio de los poderes estructurales que nos oprimen. Mejor que se queden
fuera de nuestras casas, de nuestras vidas. El error más grande, y que ha
traído más dolor a las personas LGTBI, ha sido el de salir de la casa donde
estaban seguras, para entrar en diálogo con quienes en realidad no se acercan a
ellas por amor. No se puede obligar a nadie a que te quiera, a que te
respete... aunque sea tu madre, tu hermano o hermana... es una perdida de
tiempo. Mejor tatuarse en el corazón las palabras de Jesús: “todo aquel que hace la voluntad de Dios,
ese es mi hermano, mi hermana y mi madre[5]”.
- UN MAESTRO QUE
HABLA EN PARÁBOLAS (4,1-4,41)
2.1.
Enseñando junto al mar
Según el primer versículo del Génesis, antes de la
creación, cuando sólo existía tierra y agua, “el espíritu de Dios se movía
sobre las aguas”. A partir de ese momento Dios, utilizando su palabra,
comienza a crear todo lo que existe. Dice Judit Butler que “Se llega a
existir en virtud de esta dependencia fundamental de la llamada del Otro[6]”. Lo que puede ser
nombrado llega a la existencia, lo que no es nombrado no existe, esa parece ser
la norma que guía los discursos que pretenden negar existencias. Las personas
LGTBI no existen en multitud de familias, iglesias, sociedades... y no existen
porque no pueden ser nombradas, en ocasiones no porque se les niegue la
posibilidad de nombrarse, sino porque incluso las mismas personas LGTBI son
incapaces de pensarse a si mismas, de crear un discurso que las dote de una
identidad satisfactoria, de una existencia.
En el capítulo cuatro de Marcos nos encontramos con Jesús
que se movía sobre las aguas en una barca, y desde allí hablaba a una multitud
que no era capaz de pensarse de otra manera distinta a la que el discurso
religioso-social forzaba. Algunas de esas personas no existían, otras eran
posesas, impuras, pecadoras.... Y es a ese grupo de gente al que Jesús intenta
dirigirse para recrearlos, para hacer de ellos una nueva creación. También la
comunidad marcana al leer este evangelio era recreada por sus palabras. Gracias
a este nuevo discurso pudieron dotarse de una identidad propia que les ayudó no
sólo a comprenderse como seguidores de un Jesús crucificado, sino a saber que
podían ser sujetos, que podían transmitir con seguridad y firmeza el mensaje
del evangelio que el Imperio Romano y los judeocristianos negaban.
El evangelio nos aclara que las palabras de Jesús sólo eran
entendidas por los más próximos. Los demás por mucho que veían y escuchaban, no
comprendían su mensaje. La palabra, el discurso, la cosmovisión de Jesús,
chocaba con otros discursos y cosmovisiones que se resistían a ser
cuestionadas. Quienes viven satisfactoriamente en el statu quo, tienen los
oídos cerrados a la palabra liberadora de Jesús. Sus leyes son suficientes.
Cuando se predica el mensaje de la igualdad de derechos y la diversidad en los
seres humanos, cuando se pone sobre la mesa la necesidad de ir construyendo un mundo
donde todas y todos puedan desarrollarse plenamente, cuando se denuncian
discursos que hacen sufrir a la gente, cuando alguien se atreve a explicar como
vive la fe desde su forma de ser y sentir; todo eso no puede ser entendido por
personas que viven mejor en el mundo de la exclusión. Sus
oídos están cerrados. Y su boca se limita a repetir mecánicamente un discurso
de odio. Un discurso diabólico.
2.2.
Parole,
parole, parole...
Al leer las parábolas de Jesús desde nuestro sillón de
casa, o sentados en el banco de la iglesia antes de ir a la comida familiar de
todos los domingos, parece tan difícil entender porqué estas enseñanzas, que
pretendían mostrar el Reino de Dios, fueron también causantes de su
crucifixión. ¿Qué tendrá de subversivo explicar cómo hay que sembrar o cómo
crece de una planta? ¿Qué decían estas parábolas a la comunidad marcana? ¿Tienen
algo que decir todavía hoy a las personas LGTBI, o son de consumo exclusivo
para heterosexuales?
Jesús hablaba de un cambio, de acabar con un poder político-religioso
e instaurar el Reino de Dios. No era un discurso religioso alienante, su
objetivo era bien claro. Los cristianos al leer las parábolas encontraban
respuestas a su voluntad de cambiar una sociedad que les oprimía y en la que no
veían por ningún sitio la justicia de la que Jesús hablaba. Las parábolas hay que leerlas
como resistencia a un sistema injusto. Por eso pueden seguir diciendo muchas
cosas a las personas LGTBI, si es que su voluntad, más que ir tirando, que les
acepte tal o cual persona, que tengan unos lugares de ocio, etc... es acabar
con el discurso heterocentrado que les margina. A lo que animan las parábolas
en el capítulo cuatro de Marcos, es a transmitir la propuesta de una sociedad y
unas iglesias para todas y todos, y no sólo sobre el papel, sino también en el
día a día. Y para eso, se anima a sembrar sin parar, sin tener en cuenta donde
caerá la semilla, si tendrá fruto o no lo tendrá. De la semilla más pequeña que
podamos plantar, puede crecer después el árbol más frondoso donde muchas
personas puedan protegerse del sol abrasador. La labor de cristianas y
cristianos LGTBI no es sentarse a esperar, sino sembrar. Es evidente que la
semilla que plantan no crecerá en todos los casos, e incluso no todas las
tierras las reciban de la misma forma... No se puede eludir la responsabilidad
que cada persona tiene, no se puede delegar esa responsabilidad en otros, cada
una y cada uno es responsable de ir construyendo el Reino, de que la propuesta
de una sociedad más justa e inclusiva se vaya haciendo realidad. Luego no somos
diosas ni dioses, hay gran parte de lo que se hace que se escapa a nuestro
control, la planta puede ser regada, pero no podemos acelerar su proceso de
crecimiento, ni hacer que crezca aunque sea un milímetro más. No plantamos para
tener un nuevo jardín, plantamos para cambiar el mundo. Eso es lo que nos dicen
las parábolas, y por eso eran y son peligrosas.
Sorprende también que los defensores del literalismo
bíblico y conocedores de la voluntad divina en cada uno de los aspectos de la
vida humana, no se percaten de que cuando Jesús hizo un discurso para mostrar a
Dios, lo hizo de forma no dogmática y utilizando un lenguaje metafórico. El
Dios del que hablaba en sus parábolas llevaba al ser humano más allá, no era un
límite impuesto por los conocedores del Dios absoluto. Y si el Dios del que
habló Jesús no era una imagen estática y claramente definible, es difícil
entender porque se pretende hacer una radiografía en blanco y negro de su
creación. El Dios del que hablaba Jesús era queer, y lo era porque para
quienes lo habían atrapado en un Templo y una Ley, aquel Dios Padre era una
perturbación. Como dice Beatriz Preciado: “aquello que llamo queer supone un
problema para mi sistema de representación, resulta una perturbación, una
vibración extraña en mi campo de visibilidad que debe ser marcada con la
injuria[7]”. El Dios de Jesús
era un insulto, como lo es el Dios en el que creemos las cristianas y
cristianos LGTBI, y como lo somos nosotras y nosotros para las mujeres y los
hombres “de bien”, puesto que hemos sido creados a imagen y semejanza de
ese Dios queer.
2.3.
¿Por qué tanta cobardía?
Jesús deja a la multitud y se dispone a ir en barca hasta
la otra orilla del lago junto a sus discípulos. El mar tiene en este texto una
connotación de peligro, todo puede ocurrir, los discípulos están a merced de
una fuerza difícil de controlar y prever. Con esa imagen, Marcos intenta
representar a la comunidad marcana como una barca en la que cristianos y
cristianas se dirigen hacía tierra firme e inhóspita atravesando un mar
peligroso. Y en esa barca llena de temores y miedos Jesús parece dormido,
parece que ya no actúa y que su presencia es simplemente anecdótica. Quizás sea
porque el miedo era fundado, o quizás porque los miedos también crean
realidades, se levantó una tempestad que amenazaba con hundir la barca.
Los poderes demoníacos anunciaban que la barca se dirigía
hacia un lugar que ellos controlaban, y no iban a permitir que nadie les
arrebatase su poder. Cuando alguien se atreve a sobrepasar una línea roja,
cuando toma la decisión de dirigirse a un lugar prohibido, a un amor negado, a
un cuerpo que no es el propio, o a un comportamiento sospechoso; siempre va
acompañado por la sensación de peligro. Todo a su alrededor se mueve y se desestabiliza,
todo va cambiando de lugar rápidamente y se crea una sensación de mareo y
angustia. Y para muchas personas LGTBI que son cristianas, parece que su
salvador no hace nada, que está dormido, o incluso que no existe. Moverse,
dirigirse hacia los lugares controlados por el patriarcalismo jamás es un
camino fácil. Aunque en una barca, los vaivenes de las estructuras que construyen
un mundo injusto, forman parte también de su realidad, y no es fácil escapar a
su influencia. Es en esos momentos cuando se preguntan: “¡Maestro!, ¿no te
importa que nos estemos hundiendo?[8]”
Jesús se despierta y con un poder divino hace callar al
mar, silencia los poderes que antes rugían sin parar, y trae de nuevo la calma
a la barca. “¿Por qué tanto miedo?”, les dice. Una pregunta que resuena
dentro de muchas personas LGTBI, “¿Por qué tanto miedo?”. Supongo que es
una pregunta con tantas respuestas como experiencias, cada una y cada uno
podría explicarle los miedos que le han asaltado cuando la poderosa
heteronormatividad ha intentado aplastarle de un manotazo. Incluso algunas y
algunos podrían contar las consecuencias terribles que les ha producido
enfrentarse a este poder demoníaco. Si esa es la pregunta, parece que Jesús es
insensible a la realidad de las personas que le siguen pagando un alto precio.
Pero hay otra pregunta después: “¿Todavía no tenéis fe?”. Muchas
personas interpretan la fe como adhesión a unos principios, normas y leyes.
Pero aquí Jesús les pregunta por la confianza, por la esperanza: ¿La han
perdido los discípulos?. ¿La han perdido las cristianas y cristianos LGTBI?
¿Han perdido la esperanza y la confianza en sus promesas?
Cuando se pierde la esperanza por la justicia, el sueño
compartido por el Reino de Dios, entonces se pierde la fe y nos quedamos a merced
del miedo. Sólo la fe práctica, la que invita a imitar al maestro, la que es
entendida como motor de transformación, puede traer la calma y devolver la
serenidad en un mar inmenso que no podemos controlar. Los cristianos LGTBI
sobrevivirán si logran deshacerse del miedo y se empoderan, si logran mantener
la esperanza de que al final, la justicia de Dios se hará presente, y los
poderes opresivos acabaran por caer. Los cristianos y cristianas LGTBI se
mantendrán con vida si se atreven a acompañar a su maestro hacia los lugares en
los que los poderes demoníacos campan a sus anchas sin ser desenmascarados.
3. LIBERANDO DE LA OPRESIÓN (5,1-6,6)
3.1. Me llamo legión, porque somos
muchos
El discurso patriarcal que pone a la mujer como ejemplo de
entrega por sus hijos se rompe cuando una madre decide gestar el embrión con el
que su hijo llegará ser padre. Por un hijo se puede dar un riñón, la médula, o
incluso el corazón... pero sólo un monstruo puede parir sus sueños. La
verborrea oficial que dice no hacer diferencias entre géneros se revela
completamente falsa cuando un niño de cuatro años quiere ir vestido de princesa
a una fiesta en el colegio. Podría vestirse de soldado, de asesino en serie si
quiere, pero si lo hace de princesa su familia tendrá que soportar las miradas
y cuchicheos de la gente progresista. Cuando una pareja heterosexual tiene
dificultades para tener un hijo, la seguridad social que pagamos las ciudadanas
y ciudadanos con nuestros impuestos, cubrirá los gastos de la reproducción
asistida. Cuando es una mujer quien quiere hacerlo y tiene como pareja a otra
mujer, o simplemente no tiene pareja, se considera un capricho que tiene que
asumir ella misma. Si en una comunidad religiosa liberal alguien se atreve a
hacer un comentario contra los derechos, incluso la dignidad de las personas
LGTBI, se justificará diciendo que ha sido educada de esa forma y se apelará a
la necesidad de la
comprensión. Si una persona LGTBI dentro de esa comunidad
quiere vivir su fe sin negar su identidad y poniéndola al mismo nivel que las
demás, se le tildará de conflictiva, de ser una nota discordante que rompe la
unidad.
Siempre hay márgenes, y lugares más allá de esos márgenes
donde viven madres monstruosas, niños peligrosos, mujeres sospechosas o
cristianos conflictivos. Allí, en Gadara, todas esas personas poseídas por
demonios malignos sufren las consecuencias de transgredir las normas. Las
endemoniadas gadarenas y los endemoniados gadarenos reciben a un Jesús que sí
es capaz de traspasar los límites de lo aceptable, y que les pregunta cuál es
el poder que les oprime. Jesús quiere poner nombre a la opresión, no
silenciarla, esconderla o aislarla. “Legión me llamo, porque somos muchos[9]”, le respondió a
Jesús el espíritu opresivo, un nombre que hacia pensar a los cristianos y
cristianas de la comunidad marcana en el imperio romano, pero también en la
diversidad de formas opresivas con las que este poder les atormentaba. También
las personas LGTBI viven múltiples formas de opresión por su orientación sexual
o identidad de género, y todas estas añadidas a las que pueden vivir el resto
de personas por otros condicionantes. Tristemente hay veces que se dejan vencer
e incluso se autoagreden, ejerciendo opresión hacia su propio colectivo para
sobrevivir, para subir un escalón en la pirámide del poder.
Los poderes demoníacos mandan a Jesús que se marche, que no
los saque de allí. El conservadurismo homófobo y tránsfobo, aunque disfrazado
de progresismo y liberalismo, sólo está preocupado por mantener sus espacios de
poder y opresión. Su voluntad es que su dibujo del mundo, sus márgenes, sus
cielos y sus infiernos permanezcan siempre en el mismo lugar. Sin embargo el mensaje de Jesús es claro: las
cristianas y cristianos LGTBI que siguen a Jesús deben acabar para siempre con
los poderes demoníacos que oprimen a los seres humanos. Ni diálogo, ni pacto, y
mucho menos connivencia; la homofobia, la transfobia, la bifobia, el
machismo... y todos los poderes opresivos del demonio patriarcal deben ser
lanzados al mar para que desaparezcan para siempre. Y la labor de quienes se
han sentido liberados y liberadas de todos estos poderes injustos, como el
endemoniado gadareno, no es la huida, el creer que aquello ya no va con ellas y
ellos. Quien antes vivía endemoniado y ahora se sabe liberado puede querer
marcharse con Jesús a otro mundo, pero Jesús no le deja, su labor consiste en
transmitir a su entorno que esa liberación es posible, que los poderes
opresivos no son todopoderosos, que es posible acabar con ellos. Entonces “comenzó
a publicar en Decápolis cuán grandes cosas había hecho Jesús con él[10]”.
3.2. Contagiando impurezas
Dice Lutero con rotundidad: “Esta es la libertad
cristiana: la fe sola[11]”. En la práctica
religiosa, incluso de las iglesias que proceden de la reforma, muchas veces la
fe sola no es suficiente, y se la entiende
no como un proceso que trae libertad a la persona sino como un conjunto de
normas que oprimen y que es necesario creer y practicar para ser salvos. Dice
el libro de Hebreos que “Por la fe Abraham , siendo llamado, obedeció para salir
del lugar que había de recibir como herencia; y salió sin saber donde iba[12]”. Vivimos un
momento de grandes cambios sociales donde mucha gente, cristiana y no
cristiana, está intentado salir de unos modelos donde son oprimidos para
construir otros donde esperan ser felices. Cuando alguien es capaz de salir de
una iglesia donde vive marginado, de un trabajo donde sufre acoso, de unas
expectativas familiares que no son las suyas, de un cuerpo que no muestra su verdadera
identidad, o de una masculinidad y feminidad que le oprimen; puede hacerlo con
la resignación de las víctimas, o con la fe de quien sabe sin ver, que hay otro
mundo donde puede ser libre. Un mundo que no existe plenamente todavía, más que
en sus esperanzas y en sus sueños, pero que puede construir junto a otras
personas. Ahí está la verdadera fe, no en un dogma, o en una Biblia.
Según las leyes del Levítico cualquier mujer era
considerada impura hasta el séptimo día después de haber tenido la menstruación. También
el hombre que dormía con ella en se periodo, e incluso la cama donde habían
dormido[13]. Más
dura era la condena a muerte de ambos si el hombre la veía desnuda durante ese
periodo[14]. Y es
que para la cultura donde se originaron estas leyes, la sangre representa la
vida y por tanto su derramamiento se relacionaba con la muerte. Esta visión
suponía que las mujeres que padecían un constante flujo de sangre eran impuras
siempre y una constante amenaza para la comunidad. Cuenta
el evangelio que una mujer con ese problema desde hacía 12 años, y que había
hecho lo posible por curarse sin éxito, se acercó a Jesús en medio de la gente
y le tocó el manto. Hacer eso significaba romper las normas, ya que la mujer se
atrevió a salir de su aislamiento, y poner a las personas que estaban alrededor
de Jesús en peligro. Pero sobre todo, hacer eso, tocar a Jesús, significaba
hacer de él un hombre impuro.
Transexuales, bisexuales, lesbianas, gays, y cualquier otra
definición que no se identifique con la heterosexualidad es considerada impura
todavía en algunos ámbitos. Una impureza que no es temporal sino permanente,
una impureza de la que necesita protegerse el sistema heteronormativo creando
normas que marginen a estas personas. La centralidad del sistema heteronormativo
debe ser salvaguardado de la amenaza de las impuras cuyo sexo derrama muerte.
El hombre rico heterosexual occidental es el centro del poder en nuestra sociedad, y se
protege de mil y una maneras para no ser tocado por la impureza. Por eso
cuesta tanto que las políticas que protegen la diversidad de las personas LGTBI
y les permiten vivir con las mismas responsabilidades y derechos que el resto
de ciudadano, lleguen a ponerse en práctica. Muchas veces son leyes que sirven
para llenar titulares pero que después nadie aplica. En el cristianismo por su
parte, que una mujer lesbiana se atreva a acercarse a Jesús, que lo toque, lo
manosee, que lo haga también suyo, se traduce en una blasfemia que convierte al
maestro en un hombre impuro. Jesús no puede ser marica, ni bollera, no puede
ser trans, ni ponerse cachondo tanto con una mujer como con un hombre. El Jesús
secuestrado por las iglesias heterosexuales no convive con personas de dudosa
reputación. Los afeminados, las marimachas, los trabelos... no pueden hablar directamente
con Jesús. O al menos eso es lo que ellas y ellos dicen, y lo que muchas hemos
creído durante algún tiempo, pero sólo hay que atreverse a salir de ese engaño
y acercarse a Jesús para tocarle y decirle: Aquí estoy yo, y también quiero
seguirte. Cúrame de tanto engaño, de quienes me han hecho creer que mi sexo
derrama muerte.
“¿Quién me ha tocado?”, preguntó Jesús. Y la mujer se puso delante de él y le
contó la verdad. Fue
entonces cuando el Jesús impuro sanó a la mujer. Quién busque
el milagro en la santidad se confunde, la fe sabe muy bien que sólo quién ha
sido hecho impuro puede sanar. Las buenas personas, los santos varones no
cambian el mundo, al menos el nuestro. Los buenos cristianos maricas y las
buenas cristianas bolleras viven vidas terriblemente felices de falsedad en sus
armarios. Los gays aceptables que hacen todo lo que los partidos políticos les
piden para salir en la foto, sólo quieren salvar su culo, no el de todas y
todos. Sólo quién ha desesperado de comprar su sanación en médicos y se dirige
con fe hacia la salvación, puede alcanzarla. Sólo con personas reales, con
personas descaradamente impuras que no tienen miedo de transmitir su impureza a
las demás; sólo con esa libertad de quien no necesita fingir nada, se puede
acabar con la discriminación y la opresión.
3.3. En mi casa no hay milagros
Cuesta aceptar la responsabilidad, cuesta reconocer que es
la propia persona la que genera el cambio. Parece que es más fácil aferrarse a
lo que siempre nos ha servido de apoyo para tirar hacia delante. Pero es falso,
no es posible hacer milagros, no se puede transformar el mundo si nos seguimos
moviendo en las mismas coordenadas. Sólo saliendo de nuestros presupuestos, de
los lugares donde mamamos lo que era lo bueno y lo malo, podemos ser capaces de
avanzar. Jesús no pudo hacer en su propia tierra ningún milagro. Algunos
parches pudo poner aquí y allá, pero se dio cuenta de que finalmente, si quería
de verdad transmitir el evangelio, tenía que salir y marchar lejos de su antiguo
mundo.
De eso saben mucho las personas
LGTBI, probablemente uno de los colectivos que más ha tenido que salir de sus
pueblos, de sus pequeñas ciudades, para ir a vivir a las grandes urbes. Donde
el patriarcalismo deja más espacios para existir, es más fácil buscar el propio
camino. Pero ese éxodo obligatorio, no es exactamente del que nos habla en
evangelio de Marcos, sino del éxodo voluntario de quien sabe que el Reino de
Dios no consiste únicamente en una reforma de la sociedad, sino que pretende
una transformación total. Las personas LGTBI no buscan sólo que sus hijos
puedan vivir sin sufrir acoso en los centros escolares, sino que pretenden
cambiar la educación para que todas las niñas y todos los niños puedan ver
respetada su identidad de género, su orientación sexual, su familia. Los
cristianos LGTBI no buscan sólo que las iglesias les acepten, sino transformar
sus comunidades en lugares donde la diversidad divina se haga visible
plenamente. No es suficientes acabar con unos cuantos enfermos, hay que curar
el sistema de raíz. Por eso es tan difícil hacerlo dentro de las estructuras que
fueron creadas para oprimirles.
Sólo tomando decisiones,
abandonando imposibles, saliendo de modelos que ya no pueden aportar nada, se
puede vivir el evangelio. Quien se aferra a sus familias homófobas, a sus
iglesias hipócritas, a sus interpretaciones fundamentalistas, a su Dios de cartón
piedra, no puede ser profeta. No puede traer la palabra de salvación, o de
juicio, a su experiencia. Quien tiene miedo de escapar de Sodoma, morirá
quemado en ella.
NOTAS:
[1]
Mc 3,22
[2]
Vidarte, P. “Ética marica”. (Barcelona: Editorial EGALES, 2007), Pág.
27.
[3]
Mc 3, 29.
[4]
Moltmann, J. “El Espíritu de la vida”. (Salamanca: Ediciones SIGUEME,
1998), Pág. 110.
[5]
Mc 3, 35
[6]
Butler, J. “Lenguaje, poder e identidad” (Madrid: Editorial Síntesis,
2004). Pág, 22.
[7]
Preciado, B. “Historia de una palabra: Queer” http://paroledequeer.blogspot.com.es/p/beatriz-preciado.html
[8]
Mc 4,38
[9]
Mc 5,9
[10]
Mc 5,20.
[11]
Egido Teófanes. “Lutero Obras”. (Salamanca. Ediciones Sígueme, 2001),
Pág. 160.
[12]
Hb 11,8.
[13]
Lv 15,19-24.
[14]
Lv 20,18.
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