Impurezas y posesiones diabólicas



Segunda parte del estudio: Un Mesías saliendo del armario

Una lectura queer de Mc 3,20-6,6


  1. UNA CASA Y DOS LUGARES. ESTAR DENTRO Y ESTAR FUERA (3,20-3,34)

1.1.  ¿Quién está dentro?

El evangelista nos sitúa ahora dentro de una casa, probablemente la de Pedro. Jesús está allí con sus discípulos y la casa comienza a llenarse de gente. La acción no tiene lugar en Jerusalén, lo que allí ocurre está alejado del discurso religioso oficial. Estamos en los márgenes del poder, en un espacio donde éste es cuestionado. Es por eso que, como ya vimos anteriormente, los representantes religiosos reaccionan defendiendo el lugar que ocupan. Su lugar es Jerusalén, pero deciden salir de allí, para acercarse al entorno de Jesús y sus discípulos y desacreditarle. La manera es sencilla, intentan resignificar las acciones salvíficas y sanadoras de Jesús como diabólicas. Pretenden que la mirada de sus seguidoras y seguidores no se dirija hacía las acciones liberadoras de Jesús sobre las personas oprimidas, sino que se centren en un discurso teórico que condena al maestro: los escribas que habían venido de Jerusalén decían que tenía a Beelzebú, y que por el príncipe de los demonios echaba fuera los demonios [1]"En otras palabras, las personas que habían sido liberadas de los poderes opresivos que las hacían sufrir, lo habían sido no por un maestro, no por voluntad divina, sino por el más grande de los poderes opresivos. Ese Jesús que daba esperanza a la gente, pero que cuestionaba la enseñanza de los religiosos, era un embaucador.

Sabemos que las mujeres y hombres de la comunidad marcana se reunían todos los domingos en una casa, no en las sinagogas, para recordar la resurrección del maestro que les había liberado; ese era su alimento. Su fe en Jesús, basada en la experiencia vivida de sentirse salvados por él, convierte al maestro en el centro de su espiritualidad, en aquel que resignifica todo discurso teórico, toda acción religiosa. Eso, hizo que el discurso oficial de la religión judía reaccionara negando el lugar que se le estaba dando a Jesús, en detrimento de la Ley y el monoteísmo. El Jesús que usurpa lo establecido por el poder religioso, aunque pueda haberse revelado como un salvador, no es más que un poder demoníaco. Un mentiroso que llevará a la perdición.

Los espacios abiertos en el mundo por las personas LGTBI para poder vivir libremente y poder dar expresión a todas sus potencialidades, son cada vez mayores, aunque no deberíamos dejarnos llevar por lo que ocurre en las grandes urbes de muchas ciudades occidentales; esos espacios, aunque ya no son anecdóticos, sólo existen para una pequeña minoría de la población LGTBI mundial. Y esos terrenos ganados a la exclusión, son para cristianas y cristianos, como la casa donde Jesús se reúne con sus discípulos y discípulas. Lugares de liberación, donde los poderes opresivos desaparecen, y donde los seres humanos se sienten a salvo. Ante eso, como el evangelio nos indica, los poderes patriarcales intentan desviar la mirada de la experiencia sanadora que han vivido las personas LGTBI que forman parte de estos espacios, para lanzar un discurso teórico que hace de nuestro Jesús liberador un demonio. Sólo el Jesús de sus leyes, el de sus dogmas, el de sus costumbres, es el verdadero. El Jesús en el que creen muchos cristianos y cristianas LGTBI es un engaño, una falacia. La justicia por la que trabajan miles de entidades LGTBI es una opresión.  Lo que la realidad muestra, sólo es un espejismo, la verdad es la de siempre: el patriarcalismo, la naturaleza y la doctrina. Y las tres dicen, que vuestro Jesús es demoníaco.

1.2.  ¿Quién está fuera?

Fuera de la casa están la madre, los hermanos y las hermanas de Jesús que han creído a los maestros de la Ley y dan por hecho que su hijo está “fuera de sí”. No hay en ellos una crítica a quienes pretenden etiquetar a su hijo como desviado, les creen a pies juntillas, no ponen en duda los poderes establecidos. Quizás porque sería poner en duda el suyo propio, y la familia tenía por aquel entonces un lugar central en la estructuración de la sociedad. A primera vista parece que la familia de Jesús actúa desde el amor y se preocupa por la salud de su hijo, por eso quieren sacarlo del lugar que ocupa en aquella casa donde predica, para situarlo en su lugar, en el hogar familiar. Pero lo que la madre, las hermanas y los hermanos de Jesús vienen a hacer, es sacar a Jesús de un espacio que les avergüenza. El comportamiento de Jesús trae la deshonra para la familia, y ante eso sólo tienen dos posibilidades: intentar convencerlo para que salga de allí o rechazarlo.

Lo que representa en el texto la familia no es más que una estructura al servicio del poder semejante a los fariseos. Pero a diferencia de la estructura religiosa, que ejerce un ataque directo a lo que Jesús es, la familia aquí representada tiene otra estrategia. Lo que parece mover su comportamiento es el amor, la responsabilidad, la preocupación por Jesús. Quieren que Jesús viva dentro de la casa familiar sin tanta estridencia, sin hacer ruido. Es evidente que la finalidad tanto de la familia como la de los fariseos es la misma: hacer callar a un Jesús que cuestiona el modelo social y religioso que ellos representan.

Mucho tiene que ver esta experiencia con la de las personas LGTBI, evidentemente al situarse en un lugar distinto al que se esperaba, sus familias de origen han reaccionado en ocasiones de una forma negativa pensando más bien en el “que dirán” que en apoyarles. Han primado su estatus en la sociedad al amor. Pero esta actitud no se circunscribe sólo al ámbito familiar, multitud poderes que pretenden estructurar la sociedad parecen preocuparse por la situación de las personas LGTBI, cuando en realidad sólo buscan ponerse ellos mismos a salvo. Se aproximan con discursos paternalistas que les hacen parecer buenas personas, pero todo es un espejismo. Su voluntad es la misma: tapar la boca a quienes ponen en duda las directrices del patriarcalismo. Podríamos hablar por ejemplo de la educación, un poder que se utiliza para perpetuar las estructuras machistas y homófobas, y que dice no introducir reflexiones sobre género, orientación sexual o diversidad familiar en el currículo desde infantil, para proteger a los niños y niñas. Es demasiado evidente que sólo pretende perpetuar una forma injusta de estructurar la sociedad. Pero seríamos parciales si no mirásemos también dentro de los colectivos LGTBI y dijésemos que en ocasiones también se cae en la tentación de hacer el discurso de la aceptación tan “respetable” que se tienen que esconder voces, cuerpos y expresiones de género para no “asustar” o “confundir” a la gente. Y si dejamos lo colectivo y dirigimos la mirada hacia nosotras mismas quizás nos daríamos cuenta que hay cosas “nuestras” que preferimos esconder, hay cosas de nuestra diversidad que nos desestabiliza y preferimos guardarlas en casa porque “cada marica, bollo, trans pertenece a su vez a una mayoría o a varias mayorías, y a una o varia minorías distintas a la sexual.... cada una con sus intereses de clase y otros intereses particulares a los que difícilmente quieren renunciar[2]”.

1.3.  De blasfemias y decisiones

Jesús llama a los maestros de la Ley que le acusan de estar poseído por Satanás para lanzarles un mensaje demoledor: “el que blasfeme contra el Espíritu Santo, no tiene jamás perdón[3]. Las personas que estaban en aquella casa, las que seguían a Jesús habían sido liberadas de opresiones sociales, religiosas, etc. Habían vivido la experiencia del Espíritu, ya que como dice Jürgen Moltmann: “la experiencia del Espíritu hace que vuelva a fluir de nuevo en nosotros la fuente de la vida, que comencemos a florecer y a dar frutos. Un amor insospechado a la vida se despierta en nosotros, acaba con la resignación y cura los recuerdos dolorosos. Nos enfrentamos a la vida esperando el nuevo nacimiento de todos los seres vivos y, con esta esperanza, experimentamos el nuevo nacimiento individual y social[4]”. Decir que esta liberación es demoníaca, aunque sea el poder religioso quien lo diga, es una blasfemia imperdonable.

Vivimos día sí y día también la visita de religiosos, pseudoteólogos, pastores, sacerdotes, obispos... que vienen hasta los lugares que las personas LGTBI han arrebatado a la homofobia estructural, para poner en duda la dimensión liberadora y salvífica de sus conquistas. Cada avance en igualdad es respondido con miles de mensajes condenatorios. Sólo son capaces de ver un poder demoníaco donde el Espíritu Santo está actuando contra sus doctrinas, sus prejuicios e intereses. Quién es incapaz de percibir el amor, el nacimiento a una vida con posibilidades, la superación del dolor, la irrupción de la esperanza... en la vida de tantas y tantas personas LGTBI tras su salida del armario, tras quitarse la careta y sacarse el esparadrapo de la boca para decir quienes eran; es que están blasfemando contra el Espíritu Santo, algo verdaderamente imperdonable. Quien niega la vida, porque no la sabe reconocer, no puede ofrecer vida. Quien niega la presencia de Dios, porque no la sabe discernir, no lo está predicando.

A diferencia que con los maestros de la Ley, Jesús no entra en diálogo con sus familiares. Los deja fuera de la casa, fuera de su lugar, y ni siquiera sale para darles una explicación. Jesús parece sentirse mucho más lejos de quienes dicen actuar por amor, que de quienes a cada descubierta lo hacen por defender su poder político y religioso. El maestro tiene suficiente con reconocer quien es su verdadera familia, con ellas y ellos, con los que camina hacia el Reino, tiene suficiente. Los que son “de los nuestros” por compartir sangre, ADN, una confesión religiosa, una nacionalidad, un color político, una ONG... puede que  no tengan nada que ver con nosotras y nosotros si sólo trabajan por mantener un sistema opresivo, si sólo están al servicio de los poderes estructurales que nos oprimen. Mejor que se queden fuera de nuestras casas, de nuestras vidas. El error más grande, y que ha traído más dolor a las personas LGTBI, ha sido el de salir de la casa donde estaban seguras, para entrar en diálogo con quienes en realidad no se acercan a ellas por amor. No se puede obligar a nadie a que te quiera, a que te respete... aunque sea tu madre, tu hermano o hermana... es una perdida de tiempo. Mejor tatuarse en el corazón las palabras de Jesús: todo aquel que hace la voluntad de Dios, ese es mi hermano, mi hermana y mi madre[5].


  1. UN MAESTRO QUE HABLA EN PARÁBOLAS (4,1-4,41)

2.1.  Enseñando junto al mar

Según el primer versículo del Génesis, antes de la creación, cuando sólo existía tierra y agua, “el espíritu de Dios se movía sobre las aguas”. A partir de ese momento Dios, utilizando su palabra, comienza a crear todo lo que existe. Dice Judit Butler que “Se llega a existir en virtud de esta dependencia fundamental de la llamada del Otro[6]”. Lo que puede ser nombrado llega a la existencia, lo que no es nombrado no existe, esa parece ser la norma que guía los discursos que pretenden negar existencias. Las personas LGTBI no existen en multitud de familias, iglesias, sociedades... y no existen porque no pueden ser nombradas, en ocasiones no porque se les niegue la posibilidad de nombrarse, sino porque incluso las mismas personas LGTBI son incapaces de pensarse a si mismas, de crear un discurso que las dote de una identidad satisfactoria, de una existencia.

En el capítulo cuatro de Marcos nos encontramos con Jesús que se movía sobre las aguas en una barca, y desde allí hablaba a una multitud que no era capaz de pensarse de otra manera distinta a la que el discurso religioso-social forzaba. Algunas de esas personas no existían, otras eran posesas, impuras, pecadoras.... Y es a ese grupo de gente al que Jesús intenta dirigirse para recrearlos, para hacer de ellos una nueva creación. También la comunidad marcana al leer este evangelio era recreada por sus palabras. Gracias a este nuevo discurso pudieron dotarse de una identidad propia que les ayudó no sólo a comprenderse como seguidores de un Jesús crucificado, sino a saber que podían ser sujetos, que podían transmitir con seguridad y firmeza el mensaje del evangelio que el Imperio Romano y los judeocristianos negaban.

El evangelio nos aclara que las palabras de Jesús sólo eran entendidas por los más próximos. Los demás por mucho que veían y escuchaban, no comprendían su mensaje. La palabra, el discurso, la cosmovisión de Jesús, chocaba con otros discursos y cosmovisiones que se resistían a ser cuestionadas. Quienes viven satisfactoriamente en el statu quo, tienen los oídos cerrados a la palabra liberadora de Jesús. Sus leyes son suficientes. Cuando se predica el mensaje de la igualdad de derechos y la diversidad en los seres humanos, cuando se pone sobre la mesa la necesidad de ir construyendo un mundo donde todas y todos puedan desarrollarse plenamente, cuando se denuncian discursos que hacen sufrir a la gente, cuando alguien se atreve a explicar como vive la fe desde su forma de ser y sentir; todo eso no puede ser entendido por personas que viven mejor en el mundo de la exclusión. Sus oídos están cerrados. Y su boca se limita a repetir mecánicamente un discurso de odio. Un discurso diabólico.

2.2.  Parole, parole, parole...

Al leer las parábolas de Jesús desde nuestro sillón de casa, o sentados en el banco de la iglesia antes de ir a la comida familiar de todos los domingos, parece tan difícil entender porqué estas enseñanzas, que pretendían mostrar el Reino de Dios, fueron también causantes de su crucifixión. ¿Qué tendrá de subversivo explicar cómo hay que sembrar o cómo crece de una planta? ¿Qué decían estas parábolas a la comunidad marcana? ¿Tienen algo que decir todavía hoy a las personas LGTBI, o son de consumo exclusivo para heterosexuales?

Jesús hablaba de un cambio, de acabar con un poder político-religioso e instaurar el Reino de Dios. No era un discurso religioso alienante, su objetivo era bien claro. Los cristianos al leer las parábolas encontraban respuestas a su voluntad de cambiar una sociedad que les oprimía y en la que no veían por ningún sitio la justicia de la que Jesús hablaba. Las parábolas hay que leerlas como resistencia a un sistema injusto. Por eso pueden seguir diciendo muchas cosas a las personas LGTBI, si es que su voluntad, más que ir tirando, que les acepte tal o cual persona, que tengan unos lugares de ocio, etc... es acabar con el discurso heterocentrado que les margina. A lo que animan las parábolas en el capítulo cuatro de Marcos, es a transmitir la propuesta de una sociedad y unas iglesias para todas y todos, y no sólo sobre el papel, sino también en el día a día. Y para eso, se anima a sembrar sin parar, sin tener en cuenta donde caerá la semilla, si tendrá fruto o no lo tendrá. De la semilla más pequeña que podamos plantar, puede crecer después el árbol más frondoso donde muchas personas puedan protegerse del sol abrasador. La labor de cristianas y cristianos LGTBI no es sentarse a esperar, sino sembrar. Es evidente que la semilla que plantan no crecerá en todos los casos, e incluso no todas las tierras las reciban de la misma forma... No se puede eludir la responsabilidad que cada persona tiene, no se puede delegar esa responsabilidad en otros, cada una y cada uno es responsable de ir construyendo el Reino, de que la propuesta de una sociedad más justa e inclusiva se vaya haciendo realidad. Luego no somos diosas ni dioses, hay gran parte de lo que se hace que se escapa a nuestro control, la planta puede ser regada, pero no podemos acelerar su proceso de crecimiento, ni hacer que crezca aunque sea un milímetro más. No plantamos para tener un nuevo jardín, plantamos para cambiar el mundo. Eso es lo que nos dicen las parábolas, y por eso eran y son peligrosas.

Sorprende también que los defensores del literalismo bíblico y conocedores de la voluntad divina en cada uno de los aspectos de la vida humana, no se percaten de que cuando Jesús hizo un discurso para mostrar a Dios, lo hizo de forma no dogmática y utilizando un lenguaje metafórico. El Dios del que hablaba en sus parábolas llevaba al ser humano más allá, no era un límite impuesto por los conocedores del Dios absoluto. Y si el Dios del que habló Jesús no era una imagen estática y claramente definible, es difícil entender porque se pretende hacer una radiografía en blanco y negro de su creación. El Dios del que hablaba Jesús era queer, y lo era porque para quienes lo habían atrapado en un Templo y una Ley, aquel Dios Padre era una perturbación. Como dice Beatriz Preciado: “aquello que llamo queer supone un problema para mi sistema de representación, resulta una perturbación, una vibración extraña en mi campo de visibilidad que debe ser marcada con la injuria[7]”. El Dios de Jesús era un insulto, como lo es el Dios en el que creemos las cristianas y cristianos LGTBI, y como lo somos nosotras y nosotros para las mujeres y los hombres “de bien”, puesto que hemos sido creados a imagen y semejanza de ese Dios queer.

2.3.  ¿Por qué tanta cobardía?

Jesús deja a la multitud y se dispone a ir en barca hasta la otra orilla del lago junto a sus discípulos. El mar tiene en este texto una connotación de peligro, todo puede ocurrir, los discípulos están a merced de una fuerza difícil de controlar y prever. Con esa imagen, Marcos intenta representar a la comunidad marcana como una barca en la que cristianos y cristianas se dirigen hacía tierra firme e inhóspita atravesando un mar peligroso. Y en esa barca llena de temores y miedos Jesús parece dormido, parece que ya no actúa y que su presencia es simplemente anecdótica. Quizás sea porque el miedo era fundado, o quizás porque los miedos también crean realidades, se levantó una tempestad que amenazaba con hundir la barca.

Los poderes demoníacos anunciaban que la barca se dirigía hacia un lugar que ellos controlaban, y no iban a permitir que nadie les arrebatase su poder. Cuando alguien se atreve a sobrepasar una línea roja, cuando toma la decisión de dirigirse a un lugar prohibido, a un amor negado, a un cuerpo que no es el propio, o a un comportamiento sospechoso; siempre va acompañado por la sensación de peligro. Todo a su alrededor se mueve y se desestabiliza, todo va cambiando de lugar rápidamente y se crea una sensación de mareo y angustia. Y para muchas personas LGTBI que son cristianas, parece que su salvador no hace nada, que está dormido, o incluso que no existe. Moverse, dirigirse hacia los lugares controlados por el patriarcalismo jamás es un camino fácil. Aunque en una barca, los vaivenes de las estructuras que construyen un mundo injusto, forman parte también de su realidad, y no es fácil escapar a su influencia. Es en esos momentos cuando se preguntan: “¡Maestro!, ¿no te importa que nos estemos hundiendo?[8]

Jesús se despierta y con un poder divino hace callar al mar, silencia los poderes que antes rugían sin parar, y trae de nuevo la calma a la barca. “¿Por qué tanto miedo?”, les dice. Una pregunta que resuena dentro de muchas personas LGTBI, “¿Por qué tanto miedo?”. Supongo que es una pregunta con tantas respuestas como experiencias, cada una y cada uno podría explicarle los miedos que le han asaltado cuando la poderosa heteronormatividad ha intentado aplastarle de un manotazo. Incluso algunas y algunos podrían contar las consecuencias terribles que les ha producido enfrentarse a este poder demoníaco. Si esa es la pregunta, parece que Jesús es insensible a la realidad de las personas que le siguen pagando un alto precio. Pero hay otra pregunta después: “¿Todavía no tenéis fe?”. Muchas personas interpretan la fe como adhesión a unos principios, normas y leyes. Pero aquí Jesús les pregunta por la confianza, por la esperanza: ¿La han perdido los discípulos?. ¿La han perdido las cristianas y cristianos LGTBI? ¿Han perdido la esperanza y la confianza en sus promesas?

Cuando se pierde la esperanza por la justicia, el sueño compartido por el Reino de Dios, entonces se pierde la fe y nos quedamos a merced del miedo. Sólo la fe práctica, la que invita a imitar al maestro, la que es entendida como motor de transformación, puede traer la calma y devolver la serenidad en un mar inmenso que no podemos controlar. Los cristianos LGTBI sobrevivirán si logran deshacerse del miedo y se empoderan, si logran mantener la esperanza de que al final, la justicia de Dios se hará presente, y los poderes opresivos acabaran por caer. Los cristianos y cristianas LGTBI se mantendrán con vida si se atreven a acompañar a su maestro hacia los lugares en los que los poderes demoníacos campan a sus anchas sin ser desenmascarados.


3. LIBERANDO DE LA OPRESIÓN (5,1-6,6)


3.1. Me llamo legión, porque somos muchos

El discurso patriarcal que pone a la mujer como ejemplo de entrega por sus hijos se rompe cuando una madre decide gestar el embrión con el que su hijo llegará ser padre. Por un hijo se puede dar un riñón, la médula, o incluso el corazón... pero sólo un monstruo puede parir sus sueños. La verborrea oficial que dice no hacer diferencias entre géneros se revela completamente falsa cuando un niño de cuatro años quiere ir vestido de princesa a una fiesta en el colegio. Podría vestirse de soldado, de asesino en serie si quiere, pero si lo hace de princesa su familia tendrá que soportar las miradas y cuchicheos de la gente progresista. Cuando una pareja heterosexual tiene dificultades para tener un hijo, la seguridad social que pagamos las ciudadanas y ciudadanos con nuestros impuestos, cubrirá los gastos de la reproducción asistida. Cuando es una mujer quien quiere hacerlo y tiene como pareja a otra mujer, o simplemente no tiene pareja, se considera un capricho que tiene que asumir ella misma. Si en una comunidad religiosa liberal alguien se atreve a hacer un comentario contra los derechos, incluso la dignidad de las personas LGTBI, se justificará diciendo que ha sido educada de esa forma y se apelará a la necesidad de la comprensión. Si una persona LGTBI dentro de esa comunidad quiere vivir su fe sin negar su identidad y poniéndola al mismo nivel que las demás, se le tildará de conflictiva, de ser una nota discordante que rompe la unidad.

Siempre hay márgenes, y lugares más allá de esos márgenes donde viven madres monstruosas, niños peligrosos, mujeres sospechosas o cristianos conflictivos. Allí, en Gadara, todas esas personas poseídas por demonios malignos sufren las consecuencias de transgredir las normas. Las endemoniadas gadarenas y los endemoniados gadarenos reciben a un Jesús que sí es capaz de traspasar los límites de lo aceptable, y que les pregunta cuál es el poder que les oprime. Jesús quiere poner nombre a la opresión, no silenciarla, esconderla o aislarla. “Legión me llamo, porque somos muchos[9], le respondió a Jesús el espíritu opresivo, un nombre que hacia pensar a los cristianos y cristianas de la comunidad marcana en el imperio romano, pero también en la diversidad de formas opresivas con las que este poder les atormentaba. También las personas LGTBI viven múltiples formas de opresión por su orientación sexual o identidad de género, y todas estas añadidas a las que pueden vivir el resto de personas por otros condicionantes. Tristemente hay veces que se dejan vencer e incluso se autoagreden, ejerciendo opresión hacia su propio colectivo para sobrevivir, para subir un escalón en la pirámide del poder.

Los poderes demoníacos mandan a Jesús que se marche, que no los saque de allí. El conservadurismo homófobo y tránsfobo, aunque disfrazado de progresismo y liberalismo, sólo está preocupado por mantener sus espacios de poder y opresión. Su voluntad es que su dibujo del mundo, sus márgenes, sus cielos y sus infiernos permanezcan siempre en el mismo lugar.  Sin embargo el mensaje de Jesús es claro: las cristianas y cristianos LGTBI que siguen a Jesús deben acabar para siempre con los poderes demoníacos que oprimen a los seres humanos. Ni diálogo, ni pacto, y mucho menos connivencia; la homofobia, la transfobia, la bifobia, el machismo... y todos los poderes opresivos del demonio patriarcal deben ser lanzados al mar para que desaparezcan para siempre. Y la labor de quienes se han sentido liberados y liberadas de todos estos poderes injustos, como el endemoniado gadareno, no es la huida, el creer que aquello ya no va con ellas y ellos. Quien antes vivía endemoniado y ahora se sabe liberado puede querer marcharse con Jesús a otro mundo, pero Jesús no le deja, su labor consiste en transmitir a su entorno que esa liberación es posible, que los poderes opresivos no son todopoderosos, que es posible acabar con ellos. Entonces “comenzó a publicar en Decápolis cuán grandes cosas había hecho Jesús con él[10]”.

3.2. Contagiando impurezas

Dice Lutero con rotundidad: “Esta es la libertad cristiana: la fe sola[11]”. En la práctica religiosa, incluso de las iglesias que proceden de la reforma, muchas veces la fe sola no es suficiente, y  se la entiende no como un proceso que trae libertad a la persona sino como un conjunto de normas que oprimen y que es necesario creer y practicar para ser salvos. Dice el libro de Hebreos que “Por la fe Abraham, siendo llamado, obedeció para salir del lugar que había de recibir como herencia; y salió sin saber donde iba[12]”. Vivimos un momento de grandes cambios sociales donde mucha gente, cristiana y no cristiana, está intentado salir de unos modelos donde son oprimidos para construir otros donde esperan ser felices. Cuando alguien es capaz de salir de una iglesia donde vive marginado, de un trabajo donde sufre acoso, de unas expectativas familiares que no son las suyas, de un cuerpo que no muestra su verdadera identidad, o de una masculinidad y feminidad que le oprimen; puede hacerlo con la resignación de las víctimas, o con la fe de quien sabe sin ver, que hay otro mundo donde puede ser libre. Un mundo que no existe plenamente todavía, más que en sus esperanzas y en sus sueños, pero que puede construir junto a otras personas. Ahí está la verdadera fe, no en un dogma, o en una Biblia.

Según las leyes del Levítico cualquier mujer era considerada impura hasta el séptimo día después de haber tenido la menstruación. También el hombre que dormía con ella en se periodo, e incluso la cama donde habían dormido[13]. Más dura era la condena a muerte de ambos si el hombre la veía desnuda durante ese periodo[14]. Y es que para la cultura donde se originaron estas leyes, la sangre representa la vida y por tanto su derramamiento se relacionaba con la muerte. Esta visión suponía que las mujeres que padecían un constante flujo de sangre eran impuras siempre y una constante amenaza para la comunidad. Cuenta el evangelio que una mujer con ese problema desde hacía 12 años, y que había hecho lo posible por curarse sin éxito, se acercó a Jesús en medio de la gente y le tocó el manto. Hacer eso significaba romper las normas, ya que la mujer se atrevió a salir de su aislamiento, y poner a las personas que estaban alrededor de Jesús en peligro. Pero sobre todo, hacer eso, tocar a Jesús, significaba hacer de él un hombre impuro.

Transexuales, bisexuales, lesbianas, gays, y cualquier otra definición que no se identifique con la heterosexualidad es considerada impura todavía en algunos ámbitos. Una impureza que no es temporal sino permanente, una impureza de la que necesita protegerse el sistema heteronormativo creando normas que marginen a estas personas. La centralidad del sistema heteronormativo debe ser salvaguardado de la amenaza de las impuras cuyo sexo derrama muerte. El hombre rico heterosexual occidental es el centro del poder en nuestra sociedad, y se protege de mil y una maneras para no ser tocado por la impureza. Por eso cuesta tanto que las políticas que protegen la diversidad de las personas LGTBI y les permiten vivir con las mismas responsabilidades y derechos que el resto de ciudadano, lleguen a ponerse en práctica. Muchas veces son leyes que sirven para llenar titulares pero que después nadie aplica. En el cristianismo por su parte, que una mujer lesbiana se atreva a acercarse a Jesús, que lo toque, lo manosee, que lo haga también suyo, se traduce en una blasfemia que convierte al maestro en un hombre impuro. Jesús no puede ser marica, ni bollera, no puede ser trans, ni ponerse cachondo tanto con una mujer como con un hombre. El Jesús secuestrado por las iglesias heterosexuales no convive con personas de dudosa reputación. Los afeminados, las marimachas, los trabelos... no pueden hablar directamente con Jesús. O al menos eso es lo que ellas y ellos dicen, y lo que muchas hemos creído durante algún tiempo, pero sólo hay que atreverse a salir de ese engaño y acercarse a Jesús para tocarle y decirle: Aquí estoy yo, y también quiero seguirte. Cúrame de tanto engaño, de quienes me han hecho creer que mi sexo derrama muerte.

“¿Quién me ha tocado?”, preguntó Jesús. Y la mujer se puso delante de él y le contó la verdad. Fue entonces cuando el Jesús impuro sanó a la mujer. Quién busque el milagro en la santidad se confunde, la fe sabe muy bien que sólo quién ha sido hecho impuro puede sanar. Las buenas personas, los santos varones no cambian el mundo, al menos el nuestro. Los buenos cristianos maricas y las buenas cristianas bolleras viven vidas terriblemente felices de falsedad en sus armarios. Los gays aceptables que hacen todo lo que los partidos políticos les piden para salir en la foto, sólo quieren salvar su culo, no el de todas y todos. Sólo quién ha desesperado de comprar su sanación en médicos y se dirige con fe hacia la salvación, puede alcanzarla. Sólo con personas reales, con personas descaradamente impuras que no tienen miedo de transmitir su impureza a las demás; sólo con esa libertad de quien no necesita fingir nada, se puede acabar con la discriminación y la opresión.

3.3. En mi casa no hay milagros

Cuesta aceptar la responsabilidad, cuesta reconocer que es la propia persona la que genera el cambio. Parece que es más fácil aferrarse a lo que siempre nos ha servido de apoyo para tirar hacia delante. Pero es falso, no es posible hacer milagros, no se puede transformar el mundo si nos seguimos moviendo en las mismas coordenadas. Sólo saliendo de nuestros presupuestos, de los lugares donde mamamos lo que era lo bueno y lo malo, podemos ser capaces de avanzar. Jesús no pudo hacer en su propia tierra ningún milagro. Algunos parches pudo poner aquí y allá, pero se dio cuenta de que finalmente, si quería de verdad transmitir el evangelio, tenía que salir y marchar lejos de su antiguo mundo.

De eso saben mucho las personas LGTBI, probablemente uno de los colectivos que más ha tenido que salir de sus pueblos, de sus pequeñas ciudades, para ir a vivir a las grandes urbes. Donde el patriarcalismo deja más espacios para existir, es más fácil buscar el propio camino. Pero ese éxodo obligatorio, no es exactamente del que nos habla en evangelio de Marcos, sino del éxodo voluntario de quien sabe que el Reino de Dios no consiste únicamente en una reforma de la sociedad, sino que pretende una transformación total. Las personas LGTBI no buscan sólo que sus hijos puedan vivir sin sufrir acoso en los centros escolares, sino que pretenden cambiar la educación para que todas las niñas y todos los niños puedan ver respetada su identidad de género, su orientación sexual, su familia. Los cristianos LGTBI no buscan sólo que las iglesias les acepten, sino transformar sus comunidades en lugares donde la diversidad divina se haga visible plenamente. No es suficientes acabar con unos cuantos enfermos, hay que curar el sistema de raíz. Por eso es tan difícil hacerlo dentro de las estructuras que fueron creadas para oprimirles.

Sólo tomando decisiones, abandonando imposibles, saliendo de modelos que ya no pueden aportar nada, se puede vivir el evangelio. Quien se aferra a sus familias homófobas, a sus iglesias hipócritas, a sus interpretaciones fundamentalistas, a su Dios de cartón piedra, no puede ser profeta. No puede traer la palabra de salvación, o de juicio, a su experiencia. Quien tiene miedo de escapar de Sodoma, morirá quemado en ella.


Carlos Osma


NOTAS:


[1] Mc 3,22
[2] Vidarte, P. “Ética marica”. (Barcelona: Editorial EGALES, 2007), Pág. 27.
[3] Mc 3, 29.
[4] Moltmann, J. “El Espíritu de la vida”. (Salamanca: Ediciones SIGUEME, 1998), Pág. 110.
[5] Mc 3, 35
[6] Butler, J. “Lenguaje, poder e identidad” (Madrid: Editorial Síntesis, 2004). Pág, 22.
[7] Preciado, B. “Historia de una palabra: Queer” http://paroledequeer.blogspot.com.es/p/beatriz-preciado.html
[8] Mc 4,38
[9] Mc 5,9
[10] Mc 5,20.
[11] Egido Teófanes. “Lutero Obras”. (Salamanca. Ediciones Sígueme, 2001), Pág. 160.
[12] Hb 11,8.
[13] Lv 15,19-24.
[14] Lv 20,18.

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