El contrato heterosexual
Ser heterosexual no significa
necesariamente haber tenido suerte, millones de mujeres viven en el mundo
esclavizadas por hombres a los que el contrato heterosexual ha unido. No es
difícil imaginar que si en países como Nigeria, la India o Afganistán, por
poner sólo tres ejemplos, existiera el matrimonio igualitario, las mujeres
independientemente de su orientación sexual, preferirían vivir en los brazos de
otra mujer, que morir en los del marido que les ha escogido su padre.
Pero tampoco es necesario irse
tan lejos para llegar a esa conclusión, la Secretaría de Estado de Igualdad, en
la Macroencuesta sobre Violencia de Género, explica que más del diez por ciento
de las mujeres españolas reconoce haber sufrido alguna vez violencia de género,
la mayoría por parte de sus parejas. De todas ellas, en los últimos
diez años, casi seiscientas cincuenta acabaron siendo asesinadas.
No pretendo aquí hacer
proselitismo homosexual, lo preferible sería que el contrato heterosexual no mostrase
este nivel de violencia. Pero quiero poner en evidencia que la propaganda que
durante años nos ha querido hacer creer que Romeo y Julieta eran la panacea, y
que el resto de historias de amor eran otra cosa, es falsa. De hecho, voy un
poco más allá y opino, sólo opino, que hay algo que no funciona bien en la
forma en la que están establecidas las relaciones de pareja entre personas de
distinto sexo.
En la tradición judeocristiana el
contrato heterosexual tiene su origen en el castigo divino después de que Adán
y Eva le hubiesen desobedecido. El dios del Génesis establece una división de
espacios y roles por la que por al hombre se le impide la paternidad
responsable y la posibilidad de encontrar una compañera capaz de enseñarle o
guiarle. A la mujer, por su parte, se le excluye del trabajo fuera del hogar y de
la necesidad de ejercer control sobre su entorno y sobre sí misma.
Hoy en día cuanto más nos
alejamos de ese dios sin plumero y de los guardianes de sus maldiciones, más nos
damos cuenta de que Eva y Adán están intentando aproximarse, y de que hay
relaciones hombre y mujer que se dan en un plano cada vez más igualitario. Aún
así, cualquier estudio serio impide lanzar las campanas al vuelo, y pone en
evidencia que todavía queda camino por recorrer hasta que la mayoría de parejas
heterosexuales lleguen a encontrarse no sólo para hacerse el amor y procrear,
sino también para amarse, y lo que es más importante, respetarse.
La razón por la que alguien se
enamora de otra persona que cree menos digna que él, nunca la he comprendido. En
la mayoría de relaciones homosexuales que conozco, por muy imperfectas que éstas
sean, se respeta la diferencia, pero se parte de un plano de igualdad. El amor
tiene lugar entre personas con la misma dignidad, a partir de aquí viene la
negociación necesaria para toda convivencia.
Sin embargo la mayoría de
relaciones heterosexuales de mi alrededor, parten de dignidades distintas, de
responsabilidades diferentes y de roles a desempeñar diversos que ya han sido
escritos previamente. Quizá sea por eso que en los últimos años más de la mitad
de los matrimonios entre personas de distinto sexo acaban fracasando. Porque
entre dos cosas que se pretende que sean tan distintas, si no hay sumisión,
conformismo o reconstrucción de roles, no hay otra solución posible.
Cuando reflexiono sobre este
tema, tengo en mente a mis dos hijas. ¿Cómo es posible que familias que aman a
las suyas, las eduquen para que perpetúen la maldición divina? ¿Qué tiene la
heterosexualidad que tanto necesita de la pasividad y el sometimiento de uno de
sus miembros? ¿Qué se puede hacer si no tenemos la fortuna de tener una hija
lesbiana o un hijo gay? ¿Cómo podemos decirle al dios del Edén que no queremos
saber nada de él, y que no vamos a permitir que nuestras hijas e hijos vivan
bajos sus normas?
El contrato heterosexual ha sido
un instrumento de poder, dominación y supervivencia al servicio de la economía. Hace ya
muchos años que lucha para salir de este círculo, y los avances son
significativos. Pero hace falta más, mucho más, para que sea un pacto entre
iguales.
Algunas personas piensan que las
relaciones heterosexuales siempre vivirán bajo la amenaza de dios. Espero y
deseo por muchas personas a las que quiero que esto no sea así. De lo que estoy
convencido es de que para poder superar el mal que desde sus orígenes lo
acompaña, el contrato heterosexual necesita reelaborarse, y el cristianismo
podría aportar mucho para hacerlo posible. Predicando a un Dios que no hace
distinción de personas, y para el que no hay hombres ni mujeres, sólo seres
humanos distintos con la misma dignidad que se unen para compartirlo todo.
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