Amina Tyler:¿Puede o no puede una mujer?


Era viernes por la mañana cuando Amina Tyler se puso unos vaqueros, una camiseta, y algo de gomina en el pelo. Ante la mirada atónita de las personas que la veían pasar, se dirigió a la mezquita más próxima a la hora en la que cientos de hombres postrados se disponían a orar. Sin darles tiempo para reaccionar, puesta en pie, les preguntó: ¿Qué le está permitido hacer a una mujer?

De inmediato ellos empezaron a discutir unos con otros, pensando que podían hacer con ella por haberse atrevido a saltarse las normas más básicas de convivencia, y por no respetar y aceptar el lugar que Dios le había asignado. Unos querían apedrearla, otros encarcelarla, sin embargo los que se consideraban más tolerantes le preguntaron: ¿Por qué te atreves a profanar de esta manera la casa de Dios? ¿Por qué te diriges de una manera tan inapropiada a quienes Dios ha puesto sobre ti? ¿Y por qué lo haces con la cabeza descubierta como si fueras un hombre?

Tras escucharlos, Amina se rasgó la camiseta dejando sus pechos al descubierto y les gritó: “Este cuerpo me lo dio Dios para que yo decidiera sobre él, no para ponerlo al servició de los deseos y las normas que otros quieren imponerle. Sobre mi cabeza no hay pañuelo, y sobre mi cuerpo no hay ropa… me libero de la prisión en la que queréis esconderme. Yo, para mantenerme fiel a la responsabilidad que Dios me ha encomendado, me niego a vivir sometida”. En ese momento comenzó a tirar al suelo todo lo que encontraba a su alrededor.

Es difícil saber como pudo salir de allí con vida, pero dos días después, el domingo, volvió a salir semidesnuda y entró esta vez en una iglesia. Cuando las personas que allí estaban la vieron, empezaron a discutir sobre si debían o no dejarla hablar y, aunque una parte de cristianos abandonaron el templo descontentos, la mayoría convinieron que podía hablarles alejada del altar y tapando sus pechos con un velo para no herir sensibilidades. Querían escuchar a quién había sido capaz de enfrentarse a unos fanáticos, que creían tan diferentes a ellos.


Por eso, como deseaban oírla, y que reconociera que las mujeres cristianas son infinitamente más libres que las musulmanas, le preguntaron: ¿A qué habéis sido creadas por Dios con la responsabilidad de poder escoger lo que os conviene? ¿A qué podéis decidir libremente vuestro presente y futuro? ¿A qué el único mandamiento que debéis cumplir es amar a Dios y al prójimo?

Pero Amina, que sabía lo que estaban pensando, levantó su mirada y dijo a una mujer que tenía la mitad de su cuerpo paralizado y estaba postrada en los últimos bancos de la iglesia: “Levántate y ponte aquí en medio”. La joven, que desde su adolescencia había estado sentada allí cada domingo sin que nadie se percatara de su presencia, se levantó como pudo y fue arrastrándose hasta que se puso delante de ella.

Amina le rasgó la ropa, se arrancó el velo con el que habían pretendido evitar el escándalo que producía su cuerpo, y abrazó con delicadeza la cintura de aquella mujer hasta que sus pechos se fundieron. La miró a los ojos con amor, a sus labios con deseo, y la besó. En aquel momento, cuando la joven se había permitido recibir el amor de otra mujer y dejar libres los sentimientos y sensaciones que había encerrado durante tanto tiempo en su cuerpo, éste volvió a la vida.

Después, Amina preguntó a aquellos cristianos: “¿Puede decidir una mujer amar libremente?”. Ellos, enfadados, salieron de la iglesia repitiendo versículos e intentando llegar al acuerdo de hasta donde puede amar una mujer, y de hasta donde puede ser libre para decidir sobre su cuerpo.


Carlos Osma

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