¿Qué te hace pensar que yo te acepto?


“Yo te acepto, con eso no tengo ningún problema, cada uno en su casa puede hacer lo que quiera...”, son algunos de los comentarios que he escuchado cuando alguien se ha enterado de que yo era gay. Cierto es que las palabras por sí solas no dicen mucho y que más bien uno se fija en otros aspectos, como la música que las acompaña, para saber realmente que se le está diciendo. Es por eso que en ocasiones estos comentarios me han sonado más bien a un “estoy contigo”, y en otros a “fíjate que bueno, moderno y tolerante soy”.

Hace tiempo que deje de buscar la aceptación de todo el mundo, supongo que puedo decir que pasé esa etapa adolescente, y que ahora he aprendido que no todo el mundo tiene que aceptar o entender lo que haces o quién eres. Y quizás por eso, cuando escucho a esas personas tan modernas y tolerantes dándome su visto bueno, me pregunto qué les hace pensar que pueden hacer esos comentarios tan gratuitamente. Personalmente yo no voy por la calle diciéndole a la gente que no tengo ningún problema de que se hayan enamorado de una persona de distinto sexo. Más aún, las relaciones de pareja de muchas de ellas me parecen de lo más enfermizo y poco recomendable. Pero bueno, no tengo la confianza suficiente para decírselo, aunque no sé la razón por la que piensan que sí me lo pueden decir a mí.

No lo acepto todo, no todo me parece bien, hay multitud de parejas que están en las antípodas de lo que yo creo correcto. He visto a personas muy cercanas que trataban a sus parejas de forma terrible; he visto como algunos hombres humillan a sus mujeres o engañaban a sus maridos, y a mujeres que hacían callar a las suyas o trataban a sus maridos como niños. Y el sexo de quienes forman dichas parejas, no tiene nada que ver con lo inaceptable que me parecían sus relaciones.

Reconocimiento de derechos y aceptación son dos cosas distintas. La aceptación puede ser la zanahoria que se le pone al burro para que siga el camino del amo. Y mucha gente cree que con la aceptación ya hay suficiente, aunque realmente no entiendo por qué. ¿Qué les hace pensar que por ser receptores de su visto bueno, de su sello de confianza, uno va a tirar por la borda sus derechos y aceptar que le traten como a una persona de segunda? Me reitero en mi sentimiento de perplejidad: ¿Por qué me tengo que sentir satisfecho con su aceptación? ¿Por qué ellos no tienen la necesidad de que les acepte? Yo, como ellos, prefiero que mis derechos y los de mi familia sean respetados, y después ya me encargaré de relacionarme con quien quiera.


Veo con tristeza a muchos que siguen necesitando la aceptación de los demás, al precio que sea, llegando a hacer cosas terribles. Hace unos años conocí al hijo de un pastor bautista que era homosexual, era muy joven, y la necesidad de aceptación era evidente y comprensible. Para llegar a alcanzar esa aceptación intentaba ser lo más rígido posible en otros temas, es decir, quería parecerse lo más posible a lo que se esperaba de él para que de esa manera pudieran perdonar su “diferencia”. Hace unos meses volví a coincidir con él, era ya una persona adulta, pero su necesidad de aceptación no sólo no había disminuido sino que había aumentado exponencialmente. Se había convertido en una persona rígida, con planteamientos xenófobos, machistas y fundamentalistas. La necesidad de aceptación le había hecho caer en el absurdo, le había hecho olvidar quién era él realmente, y le impedía tener la capacidad de ponerse en el sitio de otras personas muy distintas a él.

No podemos aceptarlo todo, y tampoco podemos pedirle a los demás que lo hagan. La experiencia de exclusión nos puede ayudar a tener una mayor capacidad de empatía, de tolerancia, de respeto a la diferencia, de búsqueda de justicia en muchos aspectos de la vida; pero eso no significa que todo nos de igual, que todo tenga el mismo valor para nosotros, o que lo toleremos todo. Otra cosa es que debamos defender que cualquier persona, incluso las que yo no acepto, tengan la posibilidad de ser como son, y de ver reconocidos sus derechos, siempre y cuando no lastimen a otras. Mis preferencias no pueden dar o quitar derechos, sería dar a lo que yo pienso, siento o creo, una importancia mayor que la de cualquier ser humano que tengo delante. Y no hay ideología, filosofía o fe que esté por encima de la persona.

¿Me aceptas? No he pedido tu aceptación, sino el respeto de mis derechos.


Carlos Osma

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