Trinidad Indecente
En el principio era el Dios Macho , y todas las demás no éramos nada, nuestra insignificante existencia sólo fue posible gracias a su potente voz masculina que lo ordenó todo. Nada éramos antes que Él y nada fuimos después, y si en algún momento pudimos llegar a ser, lo hicimos por Él y para Él. El Dios Macho increado e inengendrado no necesitó jamás justificación, Él siempre fue así, y su poder que lo impregnaba todo era incuestionable. Fue un Dios pringoso, invisible y fantasmagórico que siempre nos vigilaba, y que decía estar escondido en los templos, pero también en nuestras casas, nuestras habitaciones y nuestras camas. Amarle no era una opción, sino el mandamiento primero, y debíamos hacerlo sobre todas las cosas, incluso sobre nosotras mismas. Algunas alucinadas se lo imaginaron con barba y túnica blanca, pero lo predicaron como un padre bigotudo y barrigudo al que la cerveza, y su voluntad de ocuparlo todo, hicieron saltar por los aires los botones de su usada y