El otro discípulo, el que amaba Jesús
Según el Evangelio de Juan el primer
testigo de la resurrección de Jesús fue María Magdalena. Ciertamente el
evangelista conocía otros evangelios cuando puso por escrito su relato, sin
embargo tiene cierta credibilidad histórica que María Magdalena, junto a otras
mujeres, fuese la primera en anunciar que Jesús había resucitado. Eso es lo que
dicen los testimonios de fe de las primeras comunidades cristianas, y eso es lo
que recoge también el Evangelio de Juan. Aunque no hay que olvidar que el
evangelista con una evidente intención teológica, modifica la tradición a la
que tenía acceso para hacerla encajar en su teología, y nos dice, que María no fue
la primera en entrar al sepulcro donde habían puesto el cuerpo de Jesús, tampoco
la primera en creer en la resurrección, ya que al principio pensó que el cuerpo
de Jesús había sido robado.
María Magdalena no tenía credibilidad
al anunciar que Jesús había resucitado, el testimonio de una o varias mujeres
en ese momento no tenía demasiado valor. Pero en testimonios poco creíbles como
ella, es donde está basada la fe cristiana. Porque si Cristo no resucitó, vana
es nuestra fe. Y me imagino a muchos hombres religiosos respetables diciendo
que no se podía hacer caso de lo que un puñado de mujeres pudieran decir, que
la Biblia exigía dos o tres testigos, pero que fueran hombres. Sin embargo,
desde una perspectiva de fe parece que a Dios le atrae eso de escoger lo que no
puede ser, aunque lo diga la Biblia. Y que tiene preferencia por aquellas personas
en las que la religiosidad encuentra poca credibilidad, y en este caso concreto,
mucha feminidad.
El Evangelio de Juan muestra más
sensibilidad por las mujeres que siguieron o tuvieron algún contacto con Jesús
que otros evangelios. Pero nos dice, al contrario que los evangelios
sinópticos, que Pedro fue el primero en entrar al sepulcro vacío. Este dato es relevante,
porque no debemos perder de vista que aquí se nos está transmitiendo una teología
y que los hechos históricos que se relatan están a su servicio. Pedro
era una figura muy respetada en el cristianismo donde el Evangelio de Juan surgió,
así que no solo María Magdalena, sino cualquier otra persona hubiera cedido
el honor a Pedro de entrar el primero al sepulcro. Sin embargo hay que seguir
leyendo entre líneas, porque Pedro, aun siendo el primero en entrar al
sepulcro, tampoco creyó que Jesús había resucitado, y se volvió a su casa como
si nada.
Si exceptuamos el último capítulo del
Evangelio de Juan, Pedro por muy hombre y respetado que fuese, no era un
discípulo ejemplar. Podemos repasar parte de su historial: en la cena de
despedida no quería que Jesús le lavara los pies, en varias ocasiones fue incapaz
de entender lo que había detrás de las palabras del maestro, por miedo negó ser
un seguidor de Jesús... La verdad es que Pedro por un lado es el personaje en el
que todos nos vemos reflejados alguna vez, porque nos cuesta entender el
evangelio, y porque nuestras palabras no suelen estar a la altura de nuestras
acciones. Pero por otro, si lo vemos como cristianos LGTBIQ, también descubrimos
en su personaje a los representantes de ese cristianismo que entra en los sepulcros
donde fuimos puestas las víctimas de la LGTBIQfóbia que ellos previamente crucificaron,
y son absolutamente incapaces de darse cuenta de que Dios nos ha sacado de allí.
Cristianismo que habla de lo que se tiene o no se tiene que hacer y olvida el
servicio, que se queda en la letra que mata el alma de las palabras de Jesús, o
que lo único que le mueve es el miedo, la cobardía.
La novedad que introduce el
Evangelio de Juan, y con la que pretende transmitirnos un mensaje, es un
personaje ausente por completo en el resto de evangelios. Me refiero al
discípulo al que amaba Jesús, ese que en la última cena tenía su cabeza
recostada sobre el pecho de Jesús. Ese que tenía una relación tan íntima con el
maestro que incluso Pedro acudía a él para que le preguntará cosas. Y este
discípulo que pone tan nerviosos a algunos traductores bíblicos, también fue al
sepulcro junto a Pedro para ver qué había ocurrido. No entró primero, le cedió
el lugar a Pedro, pero cuando entró tras él “vio y creyó”. Para el
evangelista, el discípulo al que amaba Jesús fue el primero en creer en la
resurrección, y lo hizo sin entender la Escritura. Interesante la manera en la
que el evangelista encaja la tradición de María Magdalena como primera testigo,
la autoridad de Pedro para las comunidades receptoras de su obra, y la relevancia
del discípulo al que amaba Jesús.
Muchas veces nos puede costar
entender la Escritura, sobre todo cuando las lecturas que se realizan de ella
nos hacen daño a las personas LGTBIQ. Lecturas que no nacen de la experiencia del
amor, sino del legalismo y el temor. Pero el discípulo al que amaba Jesús “vio
y creyó” al instante, porque las personas que se sienten próximas a Jesús y
se saben amadas por él, rápidamente se dan cuenta de que los sepulcros no son
capaces de contener por mucho tiempo a Jesús. Y que, si quieren seguir su
ejemplo, es mejor que salgan rápidamente de ellos. Quizás no puedan dar razón
de esa convicción con la Escritura, el discípulo que amaba Jesús tampoco lo fue,
pero no pareció importarle. Porque las personas que se saben amadas por Jesús,
y que han vivido la experiencia de la cruz y el abandono de la persona que
amaban, saben que a su amado lo encontrarán siempre fuera, donde está la vida. La
fe del discípulo que amaba Jesús no nació de la Escritura, sino de la
convicción profunda de sentirse amado. Escritura y amor deberían ir siempre de
la mano, pero si tenemos que decantarnos por una de ellas, el amor es la
prioridad. Quienes se guían por él, son los primeros en llegar a la fe, son
capaces de percibir la vida que otros seguidores del maestro todavía no pueden ni
imaginar.
Carlos Osma
Comentarios