Crucificados con Jesús
La cruz es el lugar donde se
evidenció que Jesús no era el Mesías, o al menos el Mesías que todos esperaban.
Las expectativas de sus seguidores, que le habían aclamado a la entrada de
Jerusalén pensando que traería un nuevo Reino de justicia, se vieron
defraudadas por tan dramático final. La crucifixión fue una decepción, un
desengaño, una confrontación con la terrible y dura realidad de siempre. Allí,
en el Calvario, se evaporó la ingenuidad de quienes esperaban al Mesías oficial,
al proclamado y anhelado desde hacia cientos de años. El Mesías de verdad no
era ese, el que dios prometió enviar no podía avergonzar con el fracaso
a quienes por tanto tiempo lo aguardaban.
El escándalo de la cruz tiene mucho que ver con nuestro propio escándalo, con el escándalo de las personas LGTBI que han tenido que lidiar con las expectativas que se han depositado sobre ellas. Es muy evidente que, como Jesús, no somos quien se esperaba que fuésemos. No somos los hijos e hijas heterosexuales del dios patriarcal, por mucho que durante años hayamos jugado al despiste. Nuestra manera de ser y sentir nos impide satisfacer los sueños que habían depositado sobre nosotros familiares, amistades e iglesias. No somos las mujeres y los hombres que ellas y ellos esperaban, no lo somos, y es por ello que la cruz siempre nos espera.
El escándalo de la cruz tiene mucho que ver con nuestro propio escándalo, con el escándalo de las personas LGTBI que han tenido que lidiar con las expectativas que se han depositado sobre ellas. Es muy evidente que, como Jesús, no somos quien se esperaba que fuésemos. No somos los hijos e hijas heterosexuales del dios patriarcal, por mucho que durante años hayamos jugado al despiste. Nuestra manera de ser y sentir nos impide satisfacer los sueños que habían depositado sobre nosotros familiares, amistades e iglesias. No somos las mujeres y los hombres que ellas y ellos esperaban, no lo somos, y es por ello que la cruz siempre nos espera.
Se puede vivir toda la vida con
miedo y escondido, es lo que intentaron hacer los discípulos de Jesús cuando a
éste lo apresaron. La cobardía es natural, es parte de nuestro instinto de
supervivencia. La huída es el primer impulso, el silencio y el ocultamiento
vienen siempre después. El temor guía la vida de quienes juegan a ser el Mesías
que los demás esperan. Se puede morir así toda la vida, no es una elección fácil
enfrentarse a la realidad.
Pero sólo cuando crucificamos con
Jesús lo que se nos obliga ser, y sentimos el rechazo y el insulto, descubrimos
quienes somos en realidad. Sólo cuando colgados de los maderos que se levantan
en las afueras de las casas y de los templos rompemos los sueños y
esperanzas que se depositaron sobre nosotros desde que nacimos, podemos llegar
a ser quien realmente somos. La cruz es la salida del armario de un Mesías no
normativo, y por eso la cruz, el principal símbolo del cristianismo, es el
lugar en el que muere de una vez para siempre todo aquello que no somos, todas
las mentiras en las que nos hemos escondido, todos los deseos por estar a la
altura de quienes dicen amarnos. En el Gólgota nuestra heterosexualidad
impostada fue crucificada de una vez para siempre.
Justo en el momento en el que la
ley de la sangre nos abandona, cuando empieza a salir a borbotones de nuestras
manos, nuestros pies y nuestra frente, empezamos a ver que la cruz tiene un
sentido salvífico para las personas LGTBI. Cuando nuestro costado deja de
verter sangre y de él mana el agua de la vida, somos conscientes de que ya
quedan pocos instantes para que todo lo que deberíamos haber sido, desaparezca
para siempre. Ya no hay exigencias imposibles, negaciones estúpidas, odio
interiorizado... Cuando por fin levantamos la voz al cielo y gritamos con
fuerza al dios que nos atormenta: “dios mío, dios mío, ¿por qué me
has abandonado?”, es entonces cuando sabemos que el antiguo yo heterosexual
que nunca llegamos a ser, ha sido crucificado juntamente con Jesús. A partir de
ahí, ya no vivirá él, sino Dios en nosotros.
Tras la crucifixión de quienes no
somos, viene la resurrección de lo que Dios siempre quiso para nosotros. La
resurrección de Jesús por parte de Dios, es la convicción en la que se basa la
fe cristiana, pero también el anuncio de que es posible otra vida para las
personas LGTBI que han decidido dejar atrás lo que no eran. En Cristo,
lesbianas, gays, trans, bisexuales e intersexuales somos levantados de
la muerte por Dios. En el hecho principal en el que se apoya el cristianismo,
podemos ver el camino que Dios pone por delante nuestro. La vida de verdad
viene después de la renuncia, de la perdida, de la cruz. La vida de verdad
viene después de la muerte de lo que no somos, cuando hemos sido capaces de
renunciar a lo que Dios no quería para nosotros.
Atrás quedan las expectativas que
no pudimos satisfacer, las verdades a medias, el sentimiento de haber
defraudado a personas queridas, el miedo al rechazo... Atrás, en la cruz queda
el Mesías que los demás esperaban, pero que nosotros no éramos. Ahora viene por
fin la vida, la capacidad de perdonar, de amarnos a nosotros mismos. Ahora
viene por fin nuestro presente y nuestro futuro, que podemos compartir
realmente con quienes tenemos a nuestro lado. Ahora llegan nuestros proyectos,
ilusiones, esperanzas... Ahora, resucitados juntamente con Cristo, llega lo que
no teníamos: la vida.
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Barcelona Biblioteca Francesca Bonnemaison (C/ Sant Pere Més Baix, 7)
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Comentarios
Una pregunta, si tu pudieras indicarme algo sobre el articulo sobre la salvacion por un Cristo gay o algo asi, no cambiaria ni un apice mi fe en El si fuera gay o con hermanos etc, es muchoMayor que todo eso,pero me gustaria entenderlo bien.
Un abrazo enorme gran amigo .
Un abrazo también para ti.