Trinidad Indecente



En el principio era el Dios Macho, y todas las demás no éramos nada, nuestra insignificante existencia sólo fue posible gracias a su potente voz masculina que lo ordenó todo. Nada éramos antes que Él y nada fuimos después, y si en algún momento pudimos llegar a ser, lo hicimos por Él y para Él.

El Dios Macho increado e inengendrado no necesitó jamás justificación, Él siempre fue así, y su poder que lo impregnaba todo era incuestionable. Fue un Dios pringoso, invisible y fantasmagórico que siempre nos vigilaba, y que decía estar escondido en los templos, pero también en nuestras casas, nuestras habitaciones y nuestras camas. Amarle no era una opción, sino el mandamiento primero, y debíamos hacerlo sobre todas las cosas, incluso sobre nosotras mismas. Algunas alucinadas se lo imaginaron con barba y túnica blanca, pero lo predicaron como un padre bigotudo y barrigudo al que la cerveza, y su voluntad de ocuparlo todo, hicieron saltar por los aires los botones de su usada y sucia camisa a cuadros.


Ese Dios peludo, moreno y con callos en las manos, se reveló como un juez con muy mala leche que necesitaba siempre culpables para los sacrificios sangrientos que sus seguidoras más fieles no dejaron nunca de realizarle. Sus sacerdotisas integristas y fundamentalistas se tatuaron su Ley en la lengua, y lamieron con ella hasta los rincones más íntimos de nuestros cuerpos. Explican que entonces, el Dios Macho, sintió una gran satisfacción.

Jamás mantuvo contacto alguno con la feminidad, con lo último, excepto para embarazar a una adolescente sumisa con una simple mirada. Más tarde la abandonó con su bebé esperando que algún padre putativo se hiciese cargo de la criatura. La realidad, la cotidianidad, lo concreto jamás fueron relevantes para Él. Se sintió siempre más libre en un mundo espiritual que nadie más que Él podía tocar.

Quizás fue el contacto con una maternidad y una paternidad de carne y hueso la que hizo que aquel hijo engendrado, que no creado por el Dios Macho, se convirtiera en una divinidad gay mucho más humana. El Dios Gay abandonó pronto sus raíces orientales y se convirtió en un occidental rubio y depilado, con una gran formación intelectual y acostumbrada a ir todos los sábados al gimnasio-sinagoga para sacar músculo ante los regordetes adoradores del Dios Macho.

Como buen hijo, siempre se sintió atraído por las personas que su Padre detestaba, se sentó con ellas y decidió vivir y amar junto a ellas. Explican que le encantaban los imposibles, que se apuntaba a todas las causas y ONG’s que valiesen la pena, y que jamás se perdía una manifestación o un buen escrache. Fue lo que se dice un Dios comprometido, cercano, aunque excesivamente emocional. Atrás dejó la Ley para entregarse en los brazos del amor, la libertad y la justicia.

Quizás también por contradecir a su Padre, le gustaron las mujeres, pero no quiso con ellas nada físico. Eran para Él algo etéreo, como almas sin cuerpo y sin sexo, que revoloteaban sin nombre ni derechos a su alrededor. Esa excesiva complicidad con el sexo contrarío fue mal vista por sus discípulas no mujeres que pensaban que todo eso podría dar lugar a malentendidos. Sin embargo el Dios Gay dejó bien claro que Él era un Dios masculino alternativo y sensible, pero no una Diosa. Se afanó en mostrar que amar a otros hombres, que dejarse abrazar o dormir junto a ellos, no le convertían en un Dios mujer, en una Diosa.

Se equivocó claramente con tanta justificación, el ser un Dios tan poco macho, se podía admitir en Galilea, lejos de Jerusalén. Allí en realidad su presencia sólo fue una anécdota, una curiosidad que sorprendía, agradaba y divertía a sus conciudadanas bastante hartas de la ortodoxia y necesitadas de cotilleos y parábolas entretenidas. Pero en Galilea en el fondo, el Dios Gay no cambió nada ni cuestionó la esencia de la religiosidad del Dios Macho. Sólo cuando se atrevió a ir a Jerusalén se dio cuenta de que los dioses maricas no son bien recibidos. Sólo cuando se atrevió a gritar en el Templo del Dios Macho que quería acabar con tanta farsa y que estaba dispuesto a destruirlo todo, se dio cuenta de que su pluma, su amaneramiento y su desviación, por muy divinas que fueran, no eran admisibles.

Por eso lo clavaron en una cruz, porque era un Dios maricón, un Dios indecente. Y quienes pensaron alguna vez que con un Dios Gay habría suficiente, que sería el último paso hacia la libertad, se equivocaron. Un Dios Gay no es suficiente, los dioses gay son siempre abandonados en una cruz por el Dios Macho que jamás se da por vencido. Pero tras la resurrección y la marcha del Dios Gay, conocimos una Diosa Pansexual y Pangénero.

La Diosa Pansexual y Pangénero procede tanto del Dios Macho como del Dios Gay, y aunque no nos habíamos percatado antes, su Espíritu se movía desde el principio sobre la faz de las aguas. Es un Espíritu capaz de todo que no se deja encasillar en conceptos opresivos; una Diosa nacida para abarcarlo todo y ser toda en todos. Una Diosa que puede abrazar cualquier realidad, y cualquier modificación de esa realidad; porque para nuestra Diosa el cambio constante no es un problema sino el lugar donde se mueve con más naturalidad. Por eso en ocasiones se revela como una Diosa lesbiana que se enamora de un hombre bisexual, y en otra como un trans hetero al que le encantan las madres maricas. En el fondo a la Diosa Pangénero y Pansexual le sobrarían tantas etiquetas, o necesitaría muchas y más dinámicas, para reflejar infinidad de realidades no nombradas.

Se manifiesta claramente en el acompañamiento, en el ir con todas y llevarlas hacia todos, no hacia ellas mismas. La Diosa Pansexual y Pangénero que no niega lo concreto y que se abre al conocimiento de las diversas realidades tal y como son, llama al reconocimiento de formar parte de una misma humanidad, de una misma creación múltiple y diversa. Su centro de gravedad no es la institución, ni los ritos, ni los cuerpos, ni los sexos, ni los géneros; ya que eso la llevaría a marginar a quienes viven y practican todo eso de una forma distinta. Su esencia es sin lugar a dudas la experiencia desde la fe que relativiza cualquier tipo de absoluto y sitúa al sujeto como verdadero centro de todo. Pero no al sujeto yo, sino al sujeto otro, que es donde se nos revela a todas esta Diosa de la vida abundante.

Su mayor pecado es que a menudo en su intento de mostrar diversas realidades, parece negarlas todas. Y en su voluntad de vivir junto a todas las realidades, parece no vivir en ninguna. Por eso en vez de pringarse con lo concreto, como las seguidoras del Dios Gay, se eleva y evapora en la nada.  Y sus adoradoras se quedan con ellas mismas, y sin nadie más, deseando ser penetradas por la revelación de una Diosa tan lejana. Vemos a algunas de ellas en sus modernos burdeles-templos del siglo XXI, levantando las manos para mostrar que están receptivas para revolcarse en el suelo de gozo cuando su amada invisible entre dentro de ellas. Otras, se encierran en la soledad de sus habitaciones con la Diosa sabiduría, y buscan en libros prohibidos razonamientos y teorías que les hagan sentir placeres indescriptibles. Orgías del Espíritu en la que el sexo se tiene con una misma; una verdadera autosatisfacción divina.


Pero la Diosa Pansexual y Pangénero se resiste a ser manipulada, encerrada o etiquetada y se revuelve ante tanto interés travestido de divinidad amorosa. Decidida está a reventar los muros en los que las buenas cristianas viven escondidas. Si lo consigue, si logra tener éxito, promete llevarlas a ellas y el resto de amigas y enemigas, a la consumación final. Lo que todavía parece desconocer, es que en esa consumación, Ella, junto al Dios Macho y el Dios Gay, será también purificada ante quien es La Eternamente Otro.


Carlos Osma




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