Una vida en el sofá
Estoy en casa de mi madre sentado en el sofá mientras ella juega con sus nietas a mi lado. Las dejo a las tres y mi mente retrocede décadas sin moverse ni un centímetro del sofá, o del que había en su lugar por aquel entonces. Tendría yo ocho o nueve años y recuerdo que me encantaba saltar encima de él. También lo utilizaba para sentarme, sobre todo cuando mi abuela me explicaba como se escapó de casa cuando era joven para irse a vivir con el hombre que quería porque sus padres no aceptaban la relación. A veces, mientras hacía ganchillo, me contaba otras historias apasionantes: sobre una guerra que a mí me parecía lejana, de mi abuelo en la cárcel condenado a pena de muerte pero indultado en el último momento, o de ella intentando sobrevivir con un bebé de pocos meses en un pueblo granadino. Aunque de lo que más me acuerdo, es de que teníamos que leer la Biblia todos los días después de venir del colegio. Me acuerdo de eso, porque se me hacía eterno. Yo lo único que quería er