No conozco a ese hombre

Pedro estaba sentado en el patio esperando noticias sobre su maestro cuando la sirvienta se acercó y le dijo: “Tú estabas con Jesús, el marica”. Le faltó tiempo para negarlo, rápidamente explicó que ese no era su Jesús, que el suyo era decente, como el Jesús de los cristianos decentes. ¿Cómo era posible esa infamia, esa idea absurda? Jesús, en temas de género y sexualidad, no había roto con los modelos de la gente de bien.“El género es sagrado”, le dijo, “también para el enviado de Dios”. “El Jesús marica que han apresado, el que dices que  no se atreve a abrir la boca ante sacerdotes y ancianos, no es el mío”. La sirvienta se alejó de Pedro algo confundida cuando él empezó a gritarle: “Los salvadores no son maricas. Los maricas, no salvan”. Jesús se había hecho hombre, pero un hombre que seguía los roles establecidos de género. Lo femenino no tiene cabida en la salvación en mayúsculas, el Salvador es masculino, o no es Salvador. Ésa es una de las características que hace posible la redención, y sólo satanás puede insinuar lo contrario.

Al quedarse sólo, Pedro recordó la primera vez que vio a Jesús, estaba en la barca pescando con su hermano cuando les llamó: “Venid en pos de mí y yo os haré pescadores de hombres”. Desde ese día no se separó de él, desde ese día se convirtió en su discípulo y se dedicó a predicar el evangelio junto a su maestro y otros discípulos y discípulas. Jesús lo escogió a pesar de ser gay, y él quería corresponderle siéndole fiel y comportándose como un hombre. Seguía siendo gay, sí, pero ahora era una persona respetable. Seguía siendo gay, sí, pero un buen seguidor de Jesús. Seguía siendo gay, sí, pero casi nadie lo advertía. En su interior Pedro se sentía perdonado, y el perdón heterosexual era lo que había buscado desde niño. En realidad era eso, sólo un niño, cuando vio en los ojos de sus padres que les había traicionado. Por eso dejo las redes y siguió a Jesús cuando le llamo, no necesitó pensárselo dos veces, estaba seguro que él si le perdonaría.


Antes de salir, en el portal, otra mujer volvió a reconocer a Pedro: “Tú eres uno de esos maricas con los que iba Jesús. No lo niegues, se te nota, y más pronto que tarde seguirás el mismo destino que la loca de tu maestra”. Pero él volvió a negarlo rotundamente, “he oído hablar de ese Jesús maricón, pero no lo conozco, sé que ha montado un gran escándalo en el Templo y que anda diciendo a los pobres muertos de hambre que el ser humano es más importante que la Ley, o que se tienen que amar a sí mismos como aman a sus seres más queridos, pero no lo he visto en toda mi vida. Yo sigo a otro Jesús, uno que sólo dice cosas inapropiadas políticamente correctas. Un Jesús que quiere cambiar el mundo, pero no demasiado, y a ser posible sin que nadie se moleste”. La mujer salió sin escucharle y lo dejó hablando sólo. Pedro se quedó allí, lamentándose, ya le había advertido a Juan que no hacían falta tantas caricias y abrazos, que no tenía que mostrarse como una loca con Jesús, que todo eso lo podía hacer en la intimidad. A Jesús no se atrevió nunca a decirle nada, ni siquiera el día que empezó a mover las manos como una loca, cogió barro del suelo, se escupió con suavidad las manos, y puso aquel asqueroso mejunje en los ojos de un ciego. Hubiera sido más normal hacer el milagro sin tanto pavoneo, pero Jesús era a veces como una reina a la que le encantaba el espectáculo. Y tanto espectáculo, le había llevado ante Pilato. En realidad, pensaba Pedro, se había buscado todo lo que le estaba pasando.

Al poco tiempo se le acercaron unos hombres que allí estaban y le dijeron: “Seguro que tú también eres uno de esos bujarras, porque aún tu manera de hablar te descubre” . Entonces Pedro comenzó a maldecir y a jurar: “Yo no conozco a ese sodomita, nunca he visto a ese bujarrón. Estáis confundidos, yo soy un hombre gay, pero no os dejéis llevar por los prejuicios, ser gay no es lo mismo que ser un marica. Jesús sí es un maricón, y si está allí preso, se lo merece por hacer ostentación de ello. Si no quería que le golpearan, que se hubiera comportado como Dios manda. Él ya sabía a lo que se atenía, las reglas están muy claras, quien se atreve a desobedecerlas tiene que pagar por ello”. Pero aquellos hombres se reían de Pedro: “Se te nota, eres un maricón, no te justifiques, lo sabemos, siempre lo hemos sabido”. Pedro se puso a correr intentando encontrar la salida, no podía estar más tiempo allí, la gente le señalaba y se reía, y él corría y corría para lograr escapar de quienes lo insultaban. En aquel momento, cantó el gallo, y él saliendo de allí y puesto de rodillas lloró amargamente.

Levantó más tarde su rostro y vio a través de una ventana a Jesús con el rostro ensangrentado, le estaba mirando con amor. Pedro gritaba que le perdonase, y aunque sabía bien que lo había hecho, se sentía un estúpido, un idiota. Cuanto tiempo perdido con su maestro intentando ser lo que no era. Cuantas veces lo había escuchado y no había entendido lo que le decía. Cuantas veces había predicado el evangelio y no lo había vivido desde quien él era. Pedro lloraba y lloraba mientras miraba a Jesús, en ese momento notó como alguien le abrazaba. Alguien que como él estaba llorando, era Juan, su compañero, su hermano. Lo abrazó también él con todas sus fuerzas y le pidió perdón por la manera en que lo había tratado. En ese momento, por un instante le pareció escuchar que Jesús le decía algo: “¿Pedro me amas?”. “Señor tú sabes que te amo”. Jesús le respondió: “Pedro, apacienta mis ovejas”.



Carlos Osma


Mr 14, 66-72 (Negación de Pedro)

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