Un mundo con VIH


En la entrada al edificio que ONUSIDA tiene en Ginebra, hay una escultura que nos da la bienvenida con la frase: “No podemos llamar a Dios nuestro padre o madre e ignorar que somos hermanos y hermanas”. Al leerlas nos quedamos sin capacidad de réplica y recordamos cual es la difícil exigencia del evangelio. Las personas con VIH no son palabras o deseos de buenas intenciones, sino uno de los lugares desde donde hoy se nos pregunta, a nosotros como cristianos, a nuestras comunidades, a las iglesias, y a todo el cristianismo, si hemos entendido qué significa llamar a Dios madre o padre.

Vivimos en un mundo en el que más de treinta y cinco millones de personas son seropositivas, entre ellas dos millones de niños. ONUSIDA estima que desde que empezó la epidemia han fallecido veinticinco millones de personas, dejando a más de doce millones de niños huérfanos. El proceso no parece que entre en una fase de declive, ya que cada año aumenta en dos millones el número de infectados por el VIH.

El continente con más seropositivos es África, sobre todo el África Subsahariana, pero actualmente aumentan de forma alarmante en el este de Asia, Sudamérica y los países bálticos. Es evidente que el VIH se difunde más rápidamente entre quienes viven circunstancias más difíciles. Por eso el VIH más que reflejar pecados individuales, saca a la luz las injusticias sociales, económicas y culturales que hay en nuestro mundo. Nacer en un país equivocado es un peligro para la salud.

Los antirretrovirales ayudan a que los infectados no desarrollen SIDA, pero conviene recordar que hasta ahora no se ha eliminado la infección del VIH. Las personas que son tratadas con antirretrovirales pueden vivir sin molestias, y quizás esa sea, una de las razones por la que en países como el nuestro la población ha bajado la guardia. Con la campaña “No bajes la guardia”(1) que el Ministerio de Sanidad ha lanzado este año, se recuerda que en el caso de la población homosexual, ejemplo durante años de la lucha contra la enfermedad, estamos ante una nueva oleada de infecciones. Hacerse la prueba, utilizar siempre el preservativo, y evitar prácticas sexuales de riesgo, son los tres pasos fundamentales para acabar con la transmisión de la infección.


En países con menos recursos económicos, que es donde vive la mayor parte de personas con VIH, el acceso a los antirretrovirales es complicado. Por esta razón muchos enfermos no ven necesario hacerse la prueba, y acaban colaborando en la rápida transmisión del virus. En cuanto a los niños, no existen medicamentos adecuados para ellos, y los que hay suelen ser muy caros. Y por si todo esto fuera poco, los países ricos contratan al escaso personal médico de los países con bajos recursos. Una espiral mortal producida por el reparto injusto de la riqueza, y por la avaricia de muchas industrias farmacéuticas.

Si miramos los medios de comunicación, la negativa de la Iglesia Católica a utilizar preservativos, parece ser la única aportación del cristianismo ante esta pandemia. Sin embargo la realidad es bien diferente, hay muchas iglesias cristianas, sobre todo en los lugares donde el VIH está más presente, que trabajan haciendo una labor de prevención, acompañamiento a enfermos, de denuncia, y de sensibilización ante las consecuencias de la pandemia. El Arzobispo Njongo Ndungade, antiguo líder de la Iglesia Anglicana en Sudáfrica lanzó el año pasado un llamamiento a los responsables religiosos para que se comprometieran “en trabajar para conseguir una generación sin SIDA y mostrar un cuidado y apoyo amorosos hacia las personas infectadas. Elaborando y aplicando estrategias imaginativas para combatir la estigmatización”(2). Por su parte Linda Hartke, de la Alianza Ecuménica de Acción Mundial, ha reconocido también que “quienes principalmente han fortalecido y difundido respuestas eficaces basadas en la fe, han sido los líderes religiosos que viven con el VIH, o están infectados personalmente por el VIH, y han elevado sus voces contra el estigma, la discriminación, las injusticias y la vulnerabilidad que fomenta su propagación”(2).

En mi opinión uno de los documentos más acertados de una iglesia sobre este tema, ha sido la “Carta de los obispos de Suecia sobre el VIH en una perspectiva global”(3) del año 2007. En ella se apuntan algunas de las cuestiones a las que la Iglesia debe enfrentarse a la hora de abordar el tema del VIH. Destacaría las cuatro siguientes:

Pobreza y VIH van en la mayoría de los casos irremediablemente unidas. Si el VIH genera pobreza, la pobreza a su vez ayuda a la expansión del virus. Por lo que en la medida que las comunidades cristianas trabajen por mitigar las injusticias económicas, estarán luchando también por acabar con la epidemia.

Tratar las cuestiones relacionadas con el cuerpo y la sexualidad es imprescindible si tenemos en cuenta que el VIH se transmite fundamentalmente a través de las relaciones sexuales. La llamada a la responsabilidad ante el propio cuerpo y la sexualidad, no se consigue mediante el silencio, prohibiciones o condenas, sino acompañando a todas las personas a la hora de decidir libremente sobre su vida y su cuerpo.

Trabajar para eliminar la dominación y la sumisión de un género frente al otro. Las mujeres son otras de las grandes perjudicadas en el VIH, en muchos lugares las esposas no pueden negarse a mantener relaciones sexuales o exigir la utilización de preservativos, cosa que las deja en una situación de extrema vulnerabilidad. Reconocer, potenciar, y enseñar que todas las personas son creadas por Dios con la misma dignidad, oponiéndose al patriarcalismo, es otra forma de luchar contra la enfermedad.

Y por último la cuestión por el sentido de la vida, las personas seropositivas no son únicamente víctimas pasivas, sino que también pueden ejercer una labor positiva en su entorno. Dignificarlas, ayudarlas, acompañarlas, pero también percibirlas como sujetos que pueden aportar significado y sentido a nuestras iglesias. Para ello son necesarias comunidades abiertas, integradoras y dialogantes, donde las personas con VIH puedan enseñarnos de sus experiencias, y puedan ser ejemplo de su lucha y fidelidad a Dios.

Hace unos años me impactó enormemente el documental de UNICEF “El secreto mejor guardado”(4)muchas veces lo he trabajado en clase con mis alumnos, y el resultado siempre es el mismo: Un silencio absoluto, la inmediata identificación con el protagonista, y la rebelión ante la injusticia que éste tiene que vivir. Ese es el camino en definitiva para acercarse correctamente al VIH, el camino de Jesús. “No podemos llamar a Dios nuestro padre o madre e ignorar que somos hermanos y hermanas”.

Carlos Osma

(3)     (Intellecta Tryckindustri, Solna, 2007-26482. ISSN: 1654-0085). Muchos de los datos que aparecen en este artículo han sido tomados de esta carta.

Artículo publicado en Lupa Protestante en Noviembre de 2009

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