Un psiquiatra en el armario
No hay mayor enemigo para la aceptación de las personas homosexuales que la homofobia interiorizada. Ese es uno de los poderes con los que convivimos cada día y contra el que tenemos que aprender a lidiar. No me estoy refiriendo a la nuestra, que jamás deberíamos dar por desaparecida, sino a aquella que atrapa a muchas personas que están dispuestas a hacernos daño si con ello calman por un tiempo el dolor que sufren por no vivir de acuerdo a lo que son.
En mi época de estudiante
universitario vivía un gran conflicto interno entre mi fe y mi orientación
sexual. Era algo que llevaba oculto y no tenía los elementos necesarios para
poder enfrentarlo. Es por eso que decidí visitar a un conocido psiquiatra
evangélico que había tratado a otras personas en mi situación. Pensaba por
entonces que la única persona que podría ayudarme tenía que ser psiquiatra y
evangélica, algo que el tiempo me ayudaría a ver como una gran estupidez.
No fue fácil conseguir el dinero
de las sesiones y los billetes de tren, tenía que desplazarme trescientos
Kilómetros para acudir a la
consulta. No podía pedírselo a mis padres sin darles una
explicación creíble, así que lo ahorré con mis trabajos de fin de semana con
los que pagaba la
carrera. Para mí, en aquel momento, aquello era una fortuna,
pero pensaba que valía la pena si me ayudaba por fin a terminar mi batalla personal.
Fueron tres sesiones, y las
recordaré siempre por ser el lugar donde más he luchado contra
la homofobia interiorizada de alguien, sin ninguna otra arma que el sentido
común. Aquel señor hablaba de Dios y de la Biblia, pero lo que a mí me ocurría
no le importaba nada. Lo primero que me dijo fue una mentira, que yo no era
gay. A lo que le respondí que si algo no se podía poner en duda era que yo
era gay. Supongo que no se dio cuenta de que era la primera vez en mi vida que
decía en voz alta que era gay. Dentro de mi todo cayó, pronunciar esas palabras
hicieron que mi mundo se hundiera y me quedara sin nada, a al intemperie, y a
la espera del ataque de ese buitre.
Me habló después de la necesidad
de regar mi heterosexualidad y de no hacerlo con mi homosexualidad. Es decir,
intentó por todos los medios culpabilizarme, hacerme responsable de lo que me
pasaba. Supongo que a él su heterosexualidad de escaparate le había costado
mucho tiempo de riego, y que su sentido de culpabilidad tenía que mitigarlo con
aquellas sesiones absurdas. Después me dijo que tenía que salir con chicas, que
debía echarme una novia formal, de esa manera vencería definitivamente mis
tendencias pecaminosas. Por mucho que le dije que había dejado a mi novia
porque pensaba que le estaba engañando y que ella no se merecía eso, él me
animó a seguir intentándolo. Es decir, me empujó a vivir en la mentira, y a
meter en esa vida a una persona que no se lo merecía. Tiempo después me enteré
de que era eso lo que él había hecho; seria para no sentirse un monstruo que me
invitó a mí a hacer lo mismo.
En la última sesión le dije que
sus propuestas no me parecían una solución a lo que me ocurría, que había
decidido salir del armario y contárselo a mi familia y mis amigos. A este señor
sólo le importaba el sexo, cuando en aquel momento yo estaba más preocupado por
el rechazo o el dolor que podía sufrir de mi entorno. Por eso me recomendó no
decir nada, y que si lo hacía, no mantuviese relaciones sexuales
con otros hombres. Finalmente me dio la dirección de Exudus Internacional y me
dijo que ellos podían ayudarme. Yo estaba a punto de enfrentarme a uno de los
momentos más difíciles de mi vida, ponerme delante de las personas a las que
quería y decirles algo que pensaba no podían entender. Pero a este señor eso no
le importó nada, su terapia había sido un fracaso, y lo que yo sintiera no era
asunto suyo.
Sé que ese hombre era gay, lo
tengo muy claro, analizando las tres horas que estuvimos juntos, su
comportamiento, actitudes, su mirada esquiva y sus mentiras, no me cabe ninguna
duda. Hombres y mujeres como estos me los he vuelto a encontrar más veces a lo
largo de mi vida, pero yo ya tenía las herramientas necesarias para defenderme.
A este señor no lo olvidaré nunca, porque intentó aprovecharse del dolor, el
miedo y el sufrimiento que yo tenía para empujarme a una vida de engaño como la suya. Gracias a Dios
ahora todo eso queda muy lejos para mí, aunque sé que no para mucha gente.
Hay quienes han decidido
vivir en una vida que no es la suya, y no hay mayor fracaso para alguien que
ese. Por eso lanzan todo su rechazo hacia quienes han decidido tomar el camino de la
sinceridad y la
realidad. Hay veces que su comportamiento me molesta y me
enfada, sobre todo cuando intentan arrastrar con ellos a otros, pero en la
mayoría de ocasiones me dan pena, yo he estado en su situación y sé lo que se
sufre. Sé como es vivir con miedo a que te descubran, el temor al rechazo, la
angustia de perder lo que tienes... y cuando uno ha podido enfrentarse a todo
eso y tener una vida real plena, sólo puede compadecerse de quienes no han podido
o no se han atrevido a hacerlo.
Carlos Osma
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