Del armario al museo
Alguien me ha enviado esta mañana
el cuadro de Steve Walker, “Some family’s
values”, y no he podido más que pensar al verlo, en si los homosexuales no
hemos pasado del armario al museo demasiado rápido, casi sin darnos cuenta. Y en
si todavía seguimos siendo objetos (antes escondidos, ahora expuestos) al
servicio de la heteronormatividad.
Lo primero que llamó mi atención
fue la pareja gay, expuesta como una obra de arte en el museo. Una pareja que
muestra su cuerpo, su belleza física, pero que a la vez transmite cierta
tristeza. Para empezar no miran de frente a sus observadores, sino que son
representados dando la espalda (vino rápidamente a mi mente aquel texto bíblico
en el que Moisés pide ver el rostro de Dios, pero éste sólo le muestra su
espalda para que no muera…. Habría que pensar si estos dioses griegos del
cuadro, no producirían la misma muerte en los ojos de sus espectadores si se
atreviesen a enseñar sus rostros reales). Las cabezas hacia abajo, aunque uno
de ellos mira de reojo al otro y le extiende la mano; parece que hablan, como
si ocurriera algo entre ellos, un enfado quizás. Sin duda alguna se nos transmite
algo de tristeza en la situación. Al fin y al cabo el cuadro del cuadro,
realizado para la observación heterosexual, muestra una pareja gay melancólica
en una cama (¿dónde si no viven las parejas gays en la mente heteronormativa de
sus observadores?), pero no amándose o dejándose arrastrar por el deseo, eso
sería inaceptable para una familia heterosexual respetable capaz de aproximarse
a una familia gay con curiosidad. Quizás por eso se nos intenta transmitir un
amor limpio y blanco, como la ropa interior que esconden sus sexos.
Después vemos claramente a
quienes tienen la actitud activa en la obra, y no son otros que la familia
heterosexual. Ellos allí plantados parecen juzgar la belleza de la obra, y si ésta
se amolda a los cánones estéticos que tienen. Al fin y al cabo la pareja
homosexual ficticia que observan ha sido creada para ellos, para su consumo. Allí
decidirán si aceptan la imagen que se les propone, o si por el contrario les
parece inapropiada, fuera de lugar, una manera burda de llamar la atención del
artista. En el caso de que, como parece, por el interés con el que miran la obra,
se trate de una familia gayfrienly, postmoderna y tolerante con el cuadro, es
probable que, debido a que no existe identificación posible entre ambas
familias, empiecen a buscar sus grandes diferencias… Aquellas que van más allá
del género de los componentes. Los colores de la ropa de la madre y el hijo,
son muy similares a los del cuadro que observan, quizás para transmitirnos
mayor sintonía con lo que están viendo, o quién sabe, para infantilizar y
feminizar a la pareja gay. El padre heterosexual de familia, es el más alejado,
en temas de colorido, a lo que está observando. Que quede muy claro que él no
tiene nada que ver con aquellos dos hombres sentados sobre una misma cama.
Y finalmente estamos nosotros, en
este caso yo mismo, observando a la familia heterosexual que observa a la
familia gay. Y me vienen ganas de pedirle a esos cuerpos esculturales, que se
giren, y que se atrevan a mirar cara a cara a quienes los convierten en objeto.
Que los miren, y que opinen ellos también, que les pregunten porqué no se
cruzan la mirada, porqué no se tocan, porqué hay una distancia tan grande entre
ellos. Que les animen a superar el profundo desequilibrio que hay en esa
familia producido por absurdas construcciones de género. Que les pregunten de
qué tienen miedo, porqué necesitan verlos pintados de esa forma. Que finalmente
les hablen, y les digan que cuiden a su hijo, que le saquen de ese museo y lo
lleven donde están las familias gays reales, nada esculturales y sin ropa
interior. Es la mejor muestra de amor que pueden hacer por él, no vaya a ser
que un día, tenga que vivir de espaldas, en un cuadro como ese.
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